Una nueva historia cada día

Tenía que salir con una historia nueva cada noche.

Era un compromiso que adquirió hace tiempo y que, quizá, no pensó del todo bien al momento de adquirirlo pues es todo un reto crear algo nuevo cada día.

Y, por si fuera poco, el autor tenía un crítico bastante duro: su mismo público. Un público lo suficientemente fiel para estar atento cada día y tan exigente como para amenazar con huelga de sueño si el autor no cumplía.

Pero eso no era todo.

El público, a veces incrédulo y a veces lleno de pura curiosidad, interrumpía al autor en medio de la historia con alguna pregunta. Y el autor debía contestarle con firmeza para evitar que la noche se convirtiera en un tren de preguntas sin fin. Solo puedo imaginarme lo difícil que sería hacer esto mientras que, a la vez, trates de entretener a este público.

Y sin embargo, de alguna forma, el autor lo hacía noche tras noche… Con tal de ver sonreír a sus hijos, porque después de todo, eran sus mejores obras.


Esta es la historia del día 16 de #The100DayProject y mis #100HistoriasCortas.

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Por él y para él

Quería enorgullecerse a sí mismo.
Y es que ya le había cumplido a los demás.

Tal vez no en tiempo récord como ellos le decían, pero sí estaba seguro de haberlo hecho con todos y cada uno.
Quizá por eso mismo, pensó que era tiempo, que tenía el derecho, de hacer algo por él y para él.

Guardó un par de mudadas en la maleta, sus canciones favoritas en el celular y muchos rostros en su corazón.
Sin decir adiós, zarpó.


Esta es la historia del día 14 de #The100DayProject y mis #100HistoriasCortas.

Meta

Bajé al sótano y, a pesar del desorden, sabía exactamente dónde buscar:
En la esquina más oscura y recóndita.

Seguía en su lugar, la caja más pesada y quizá más vieja de mi pequeña bodega ahí abajo. Esa caja donde suelo guardar cosas pero no suelo sacar nada.

Con gran esfuerzo, logré llevarla hasta abajo del único foco del sótano. Este era amarillo y recordé ahí que debía cambiarlo por uno blanco, de esos que ahorran energía.

Humedad en la base de la caja y polvo sobre su tapa.

Había algo que buscaba desde hacía tiempo y pensé que tal vez lo había guardado dentro de esa caja… O estaba ahí adentro, o lo había tirado quién sabe cuándo… así como suelo tirar tantas cosas.

Abrí la caja y eché un vistazo. No quería desordenar su contenido —más de lo que ya estaba— pero tuve que hacerlo porque no encontré a simple vista lo que buscaba.

Me di por vencido por breves momentos, pero sabía tenía que estar ahí. Si en serio no estaba dentro de esa caja que mi culpa tanto odia, significaba que realmente lo había botado.

Tapé de nuevo la caja y decidí entonces subirla a la casa para volver a buscar en ella otro día; más tranquilo, con más luz y con más aire fresco porque, sinceramente, en ese momento sentía un pequeño ataque de claustrofobia.

¿O era desesperación?

La caja pasó no sé cuánto tiempo sobre una mesa en el pasillo principal. Trataba de no pensar en ella para no hacerme presión a mí mismo de buscar aquello que tanto deseaba encontrar.

Pero sabía que necesitaba encontrarlo y pronto. Además, la caja estorbaba ahí. No soy el mejor decorador de interiores pero, claramente, no era agradable tenerla ahí, a la vista.

Decepcionado y, por qué no decirlo, molesto, decidí un día entonces volver a revisar la caja antes de devolverla al sótano.

Por culpa de los movimientos bruscos de mis manos, llenas de enojo, rompí un poco la tapa de la caja. Me hubiera molestado incluso más si no fuera porque, para mi sorpresa —y sospechas—, ¡Ahí estaba!

Casi encima de todo lo demás, como si se tratara de evidencia implantada para que yo lo viera tan pronto abriera la caja.

¿O será que simplemente no la vi cuando abrí la caja en el sótano?

No importaba.

Lo importante en ese momento era, para mí, haberlo encontrado. Y digo para mí porque, irónicamente, era el egoísmo. Una idea sencilla de enterner por uno mismo, pero difícil de explicar a los demás. Una idea transformadora o evolutiva que cambió mis ojos y piel.

Tomé esa idea en mi mano derecha porque la izquierda está muy cerca del corazón y luego traté de cerrar la caja pero no cerró bien por lo roto.

Como pude, bajé de nuevo la caja al sótano y la coloqué en su esquina. Ya no me estorbaría arriba, en la casa, y ya no debía preocuparme por ella.

Solo debía preocuparme por qué hacer con la idea.


Esta es la historia del día 13 de #The100DayProject y mis #100HistoriasCortas. Desafortunadamente, no pude llevarlas en orden, pero estoy tratando de «rellenar» los espacios vacíos.

Compartieron un trago

Él se terminó su segundo trago de la noche tan rápido como el primero.
Puso el pequeño vaso sobre la mesa y pidió el tercero con un gesto.

No muy lejos de ahí, ella le contaba a su mejor amiga lo ocurrido.
La amiga oía mientras le servía una taza de té caliente sabor a limón y miel.

Ambos compartían un trago esa noche sin saberlo:
Él para emborrachar esa mente tan suya, junto a todos esos pensamientos.
Y ella, para calmar su corazón y a todos esos sentimientos tan suyos.


Esta es la historia del día 17 de #The100DayProject y mis #100HistoriasCortas.

Cita

Le preparó su plato favorito
y lo guardó en el baúl, junto al vino.
En el asiento delantero, un obsequio.
Y en sus ojos café miel, muchos nervios.

Vestía la blusa que él más adoraba,
pero ella sabía bien que, esa noche,
sería otra la prenda más contemplada:
la sonrisa inquieta tras ese ocre.

Llegó al lugar y preparó la mesa:
Bajo el cielo abierto, puso con cuidado
un mantel blanco y, sobre este, platos.
Servido en las copas, vino de fresas.

Por último, colgó arriba, en el cielo,
la mejor luna que encontró esa semana
y algunas estrellas por si le gustaban.
Deseaba en su corazón que le agradara,
pues era la primera vez que hacía esto.


Esta es la historia del día 12 de #The100DayProject y mis #100HistoriasCortas. Aquí está la historia del día 11.