Bajo el foco

El silencio en la bodega parecía más solemne que de costumbre.

Don César encendió las luces y comenzó la ronda —ronda que decidió hacer porque el licenciado no se había  ido aún; de lo contrario, y con suerte, la haría cerca de la media noche. Cada paso rompía momentáneamente el silencio, esparciéndose rítmicamente  por los cien metros cuadrados que encerraban computadoras y otras cosas de las que el guardia entendía poco.

MEMORIAS RAM decía un rótulo al inicio del segundo pasillo. Don César lo pronunciaría MEMORIAS RAN aunque le corrigiesen una y mil veces. Él culparía a los sesenta y algo años que lleva sobre sus espaldas y a los estudios que dejó ignorados allá atrás.

Cruzó hacia el siguiente pasillo, ya iba por la mitad de ellos. DISCOS DUROS —Ese sí estaba fácil de leer. El foco al final de ese pasillo parpadeaba rápidamente, parecía nervioso. Don César le escuchaba zumbar. Si le informaba al licenciado que el foco necesitaba cambio, sería la tercera vez en las últimas dos semanas. Que mejor le diga alguno de los muchachos de ventas; de todos modos, rara vez venía a dar rondas en la noche. En lo oscuro. Era su trabajo pero prefería evitarse malentendidos en caso se llegara a perder algo. El foco zumbaba —casi gritaba— con más fuerza a medida que el guardia se acercaba. Sigue leyendo «Bajo el foco»

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Recuerdo – 6: Interrogatorio

Carlos ayudó a Diego a entrar a su casa, se miraba bastante mal.

Esa misma mañana, después de pasar dejando los periódicos a Carlos, los agentes de La Sociedad dejaron inconsciente a Diego con un dardo. Diego despertó en una celda una hora después. No pasaron ni dos minutos desde que despertó hasta que llegaron otros dos agentes más, siempre bien vestidos de saco negro, y lo llevaron a un cuarto.

Le dijeron a Diego que tomara asiento. El cuarto era exactamente como cualquier cuarto de película, de esos donde los policías interrogan a los sospechosos: paredes con grandes espejos sobre ellas, una mesa lisa al centro y unas cuantas sillas; esto en un cuarto acogedor y con una sola fuente de luz sobre la mesa.

Mientras Diego esperaba a quien fuera que llegaría al cuarto, sintió un pequeño dolor en su brazo derecho. Le habían sacado sangre. Conocía perfectamente el dolor pues de vez en cuando iba a donar sangre a la Cruz Roja y siempre era el brazo derecho donde mejor se podía apreciar la vena. Después de unos quince minutos y con un poco de impaciencia, recibió al agente que lo interrogaría.

  • “¿Quiénes son?” – preguntó el agente con bigote y barba de candado, unos cuarenta años y canas plateadas; no blancas sino plateadas.
  • “¿Quiénes son….?” – preguntó Diego con cara de confusión.
  • “Ustedes. Se reúnen al menos una vez al mes. Sus reuniones duran exactamente cinco horas. Cambian el lugar de la reunión. Hablan aparentemente cosas normales, como si fueran simples reuniones de amigos– ”
  • “Esperate un momento. ¿Me tienen prisionero e interrogando sólo porque nos reunimos de vez en cuando a charlar?” – preguntó Diego con una cara entre confundido y decepcionado. El agente sonrió con una esquina de su boca, la cual se escondió bajo el grueso bigote sobre ella.
  • “No consideramos normal a un grupo de amigos  de más de cincuenta personas, que se reúne de esta forma tan precisa y de forma tan clandestina”. Un silencio llenó cada rincón del cuarto. Era tal el silencio que se podía escuchar el suave y leve zumbido del foco sobre la mesa. “Te voy a preguntar otra vez Diego, contéstame ¿quiénes son?”
  • “Somos sólo amigos que detestamos la rutina y–”
  • “Son alrededor de cuarenta hombre y unas treinta mujeres. Algunos niños también. No nos explicamos qué hacen niños despiertos entre las nueve de la noche y las dos de la mañana.”
  • “Mirá. No me han dicho quiénes son USTEDES. Ni por qué me tienen aquí y ni siquiera me están acusando de algo más que reunirnos con nuestros amigos”. El agente se levantó de la silla y se apoyó en el muro atrás de él.
  • “No nos preocupa que sean pandillas o crimen organizado ni nada ordinario. Sabemos que hay algo especial en ustedes…” – El agente siguió hablando pero Diego no le pudo prestar atención. Por unos momentos entró en pánico. ¿Cómo lo sabían? ¿Qué tanto sabían? – “Así que mejor comenzó a hablar”
  • “No… no sé de qué hablás…” – respondió Diego, titubeando y sin poder improvisar algo más. Él no se hubiera imaginado que para esto era su captura. Se imaginó todo tipo de cosas cuando se lo llevaron en la mañana desde la distribuidora de periódicos y en el camión repartidor, menos que era para averiguar sobre La Gran Familia. Otro agente entró en ese momento a la habitación, con una carpeta en una mano y un pequeño maletín en la otra. Entregó el sobre al primer agente y puso el maletín sobre la mesa. Mientras el primer agente leía lo que estaba en la carpeta, el otro preparaba una inyección con lo que traía en el maletín. No tendría caso resistirse, Diego extendió el brazo y recibió la inyección.
  • “No sos un favorecido” – dijo el primer agente tras su barba y bigote. El candado del agente era llamativo, especialmente cuando uno estaba drogado como lo estaba Diego en esos momentos – “Lo que te acaban de inyectar es como un suero de la verdad” – el agente dio una carcajada y dirigió su mirada al otro agente quien estaba guardando las cosas en su maletín – “Ya ves que suena gracioso al decirlo así” – el otro agente sólo sonrió, movió su cabeza y salió de la habitación.
  • “Y… y… ¿para qué me la inyectaron?” – preguntó Diego, un poco mareado. Todo su cuerpo se sentía tan liviano, en especial su cabeza.
  • “Queremos la verdad… pero… no sos un favorecido. No tiene sentido. Decime ¿qué tienen de especial las reuniones a las que asistís con tus amigos?”
  • “Mmm” – Diego trataba de resistirse pero le costaba – “Nada. No tiene nada de especial”.

El agente esperó unos minutos más antes de continuar, para que el suero tuviera su efecto. No obtuvo nada. Lo único que Diego le repetía era que sólo se reunía con los amigos de su mejor amigo de toda la vida y casi padre. El agente se sintió frustrado ya que Diego había sido al único que lograron perseguir y capturar con éxito la noche anterior. Diego no representaba mayor amenaza por lo que no lo podía retener por mucho tiempo; de lo contrario, entraría en problemas con sus superiores, tal y como los había tenido recientemente.

El nombre de este agente, el agente de la barba y bigote en forma de candado era Gustavo Pérez, mejor conocido como El Viejo.

Recuerdo – 2: Todos están bien

Carlos llegó a su casa sano y salvo. Vivía en una de las colonias más antiguas de San Salvador, en la colonia América la cual a veces es confundida con la Colonia Militar debido a su cercanía. Muchas de las casa de la colonia pertenecieron al General Maximiliano Martínez, uno de los presidentes más importantes en la historia salvadoreña.

La casa de Carlos era de las antiguas, lo cual significaba que era grande y, más importante, resistente a los terremotos; una casa verde por fuera y blanca por dentro. Carlos entró silenciosamente. En la entrada, ya estaba Duque esperándolo con su cola moviéndose de extremo a extremo. Hace años, se le hubiera tirado encima a Carlos, pero esos más de quince años de edad del perro, se lo impedía.

Carlos en el fondo se preguntaba una y mil veces qué habrá sido de los demás ¿Habrán tenido suerte de escapar con bien? Desafortunadamente, no podría saberlo hasta el día siguiente. Se preparó para dormir y se fue a la cama. Carlos fue extraído de la profundidad de sus pensamientos al sentir sobre sus pies a Duque, quien se estaba echando. Carlos acercó su mano al perro y frotó un pelaje que una vez fue café brilloso y que cada día que pasa se hace más blanco. Después de unos veinte minutos, ambos estaban dormidos.

***

A las cuatro de la mañana, su reloj biológico despertó a Carlos. Como era de costumbre, a las cinco ya estaba abriendo la puerta y ventanas metálicas de su kiosco en el Parque San José, en el centro de San Salvador, donde vendía libros usados y nuevos.

Carlos era un devorador de libros, por eso mismo amaba su trabajo. Siempre andaba en busca de nuevos libros para leer, los compraba a las personas que ya no los ocuparían e incluso los sacaba de algún basurero si los veía. A veces se preguntaba si habrá leído todos los libros del mundo… literalmente.

Tan puntual como siempre, Diego le pasó dejando la pila de La Prensa Gráfica a Carlos a las cinco y quince. Diego le hizo un gesto a Carlos, quien se lo contestó con otro. Cuando Diego se fue, Carlos comenzó a desatar los periódicos para la venta mientras sonreía. Todos escaparon sanos y salvos.

El Encuentro – 10: El Encuentro

Álvaro y Gaby salieron de su casa con lo necesario: dinero, unas cuantas mudadas de ropa en una mochila y la esperanza de continuar su vida en otro lugar. Álvaro le pidió las llaves del carro a Gaby y ambos se dirigieron al vehículo azul oscuro que estaba parqueado frente a la casa.

Eran las doce del mediodía. Un sujeto se acercó a ellos justo antes que llegaran al vehículo, sacó un arma de mano, una pistola y la apuntó a Gaby.

“El más mínimo movimiento de cualquier tipo, y le disparo” – Dijo el sujeto y le ordenó a Álvaro que condujera y que él irían con Gaby en al asiento de atrás.

El sujeto de la pistola le indicó a Álvaro hacia donde se dirigían. En el recorrido, Álvaro pensó una y mil veces las posibles acciones que podía tomar pero no se atrevió a ninguna, incluso a las que implicaban el uso de la telequinesis, por el riesgo de que dañaran a Gaby.

(Sólo es un carro. ¿Por qué no simplemente se llevó el carro?)

Álvaro miraba por el retrovisor de vez en cuando para asegurarse que Gaby estuviera bien. Gaby tan hermosa como siempre, hoy vestía un par de jeans y una blusa blanca con café. Su pelo recogido y sólo un pequeño fleco frente a su rostro.

Al otro lado del asiento estaba el sujeto que la amenazaba. El sujeto que les estaba robando su vehículo, probablemente para ir a cometer algún crimen mayor y después dejar abandonado el vehículo en algún lugar. Poco cabello y bien vestido. Parecía ser una mala persona, sí, pero no parecía delincuente.

  • “Aquí es. Detenete”
  • “Entonces, ¿adónde podemos ir a buscar el carro después?” – Preguntó Álvaro, aguantando su ira.
  • “¿El carro?” – preguntó el sujeto. Le disparó a Gaby y antes que pudiera reaccionar, le disparó a Álvaro también – “¿Quién dijo que quería el carro?”

Álvaro y Gaby quedaron inconscientes en sus asientos. Los dardos hicieron su efecto inmediatamente. Con gran esfuerzo y mucha cautela, metió a la pareja a su casa. Llevó a Álvaro a una habitación donde ya estaba otra persona, inconsciente también, acostada sobre una camilla que le ataba sus manos y pies. Unos instantes después, Álvaro estaba en la misma situación, con la excepción que él tenía los ojos vendados.

A Gaby la llevó a otra habitación, sólo la recostó en la cama y la encerró.

***

Oscuridad. Oscuridad y frío podía sentir Álvaro al despertar. Dio un tremendo salto como el que había dado hace años cuando lo operaron por apendicitis y despertó de la anestesia. La única diferencia, es que esta vez, ese salto fue cortado por las cinchas que lo ataban de pies y manos. Tenía una sola cosa en mente.

(¡Gaby!)

–          “Tranquilo” – Susurró la otra persona al ver que Álvaro había despertado y estaba forcejeando. Era una chica.

–          “Más te vale que me dejés ir…” – Dijo Álvaro, tratando de buscar de dónde provenía la voz.

–          “Quisiera pero, yo estoy atada de manos y pes al igual que vos”

–          Álvaro dudo poro unos segundos. Si no tuviera los ojos vendados, sería diferente – “¿Quién sos y por qué nos tienen aquí?”

–          “La verdad, no lo sé aún” – respondió la chica con mirada perdida en el cielo falso de la habitación – “lo único que sé es que sólo faltabas vos”

  • “¿Faltar para qué? ¿Y mi novia, Gaby? ¿Dónde está?”
  • “No lo sé… no está aquí. Tampoco sé para qué faltabas vos. Tampoco sé por qué te vendaron los ojos”

Pero Álvaro sí sabía. No fue un robo de auto, era su pesadilla cumpliéndose. No al pié de la letra, pero sí cumpliéndose. Quien lo haya capturado sabía de sus poderes y sabía que con tener un objeto a la vista, lo podía mover fácilmente y usarlo como herramienta para escapar. ¿Habrán sido los sujetos del vehículo que estaba fuera de la casa? No, no eran ellos, el sujeto que nos trajo hasta aquí no parecía uno de ellos. Comenzó a buscar a Gaby, a tratar de sentirla. Estaba cerca, quizá en otra habitación y estaba bien. Podía visualizarla en su cabeza, no tan clara como verla con sus ojos pero sí podía ver su silueta… cada uno de los contornos de su cuerpo. Había pasado con ella suficiente tiempo como para poder sentir su cuerpo y poder verlo perfectamente a una buena distancia, incluso más que su billetera o su reloj que siempre carga.

  • “Me llamo Álvaro, por cierto”

“Ella es Laura. Y yo soy Luis” – Dijo una voz que entraba a la habitación.

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El Encuentro – 9: Regreso

La pesadilla que Álvaro soñaba a diario fue la razón principal por la que se fue de su casa, por la que dejó su vida atrás. Tenía el miedo de que le quitaran su vida entera, comenzado por su novia. La pesadilla se convirtió tan frecuente que Álvaro no podía hacer otra cosa más que huir.

Hoy, cuando regresó a su casa vio afuera de ella el vehículo que él siempre ve en sus pesadillas. Tras los vidrios polarizados del vehículo vio a los sujetos que también aparecen en su pesadilla.

(Si tan solo los hubiera reconocido antes…) Sigue leyendo «El Encuentro – 9: Regreso»