Sabes exactamente lo que quieres,
te esfuerzas a diario,
te inventas caminos.
Y por eso duele tanto perder.
A ganar te acostumbró la vida,
a ver las recompensas
y recoger victorias.
Sí, pesan tanto las manos vacías.
Llenas de alegría tu rostro a diario,
con ese magnetismo,
tan contagioso y tuyo,
que oculta la soledad y sus penumbras.
Resplandecen tus logros y tus premios,
y todas esas cosas
que todo el mundo ve.
Pero no te sientes reconocido.
Y es que, aunque seas un ganador,
seguro de ti mismo,
y envidiable por muchos,
no dejas de ser, un corazón vacío.