Ángel de la Guarda. Capítulo IV

Uno o dos segundos de oscuridad total y un temible frío con origen en mis pies. Estoy despierto nuevamente y consciente que estoy en un hospital. Intento abrir los ojos pero lo mejor que pueden hacer es quedar abiertos a medias; mi visión totalmente desenfocada e incapaz de quedarse quieta. Logro identificar la silueta de un doctor, o un enfermero y, como puede, mi boca arrastra el enorme peso las palabras “Tengo frío”. Cierro los ojos nuevamente mientras siento que me cubren con una frazada pesada y que eventualmente será caliente también. Mis hombros me duelen pero logran cruzar mis brazos sobre mi pecho y aseguran con sus escasas fuerzas a la frazada.

Mis oídos perciben sonidos que deduzco son palabras de los presentes pero mi cerebro no puede procesarlas del todo. Logro entender perfectamente que alguien dice “Segundo accidente. Cualquiera lo tomaría como una segunda llamada.” Ante la claridad de las palabras, mi ceño se frunce y mis ojos llegan nuevamente a medio abiertos. Busco la fuente de dichas palabras que me parecen incluso burlescas y creo ver al fondo de la sala a otro doctor con su uniforme verde sentado sobre algo —una mesa—. A pesar de no poder enfocar bien la mirada, juro que le vi sonreír.

Mis ojos se cierran nuevamente.

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Ángel de la Guarda. Capítulo II

Para mi suerte, mi mente se distrae con facilidad. Para mi mala suerte, también se aburre con facilidad si se trata de esperar. Esta es una de las ocasiones donde te das cuenta que revisas muy seguido el teléfono para consultar la hora, revisar Facebook o Twitter y hasta el correo electrónico… aunque no tengás notificación alguna. Siempre me digo a mi mismo que debo descargar algún buen juego para el celular o por lo menos alguno entretenido, pero nunca lo termino haciendo. Qué pereza.

Después de unos quince minutos —según mi reloj biológico—, comienzan a salir las parejas de compañeros. Dos parejas para ser exactos. Los observo e inconscientemente hago mis predicciones sobre cómo les fue en el parcial; al mismo tiempo, en otro rincón de mi cabeza, comienza a formarse el presentimiento que pequeñas pláticas incómodas se aproximan. Preparo entones la respuesta adecuada a la pregunta que sé que me harán, de tal forma, que no les dé mucho espacio de extender la conversación.

No es que sea —del todo— antisocial. Pero sé cómo es la gente. Sé que si les digo que el examen estaba fácil, me tildarán de arrogante y/o de facilitador de buenas notas, en otras palabras, me buscarán por el resto del ciclo para pedirme copia, trabajar en “equipo” y hacer todo juntos. Esto, yo lo traduzco a regalarles las notas y amargarme (¿más?) en el proceso. ¿Arrogante? Un poco. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo II»

Recuerdo – 7: Reordenamiento

La Alcaldía Municipal de San Salvador inició la el reordenamiento del parque San José, en el Centro Histórico de la capital, con la reubicación de casi una veintena de vendedores, mientras el resto dice que se mantendrán en el lugar hasta que les brinden alternativas viables.

Al día siguiente, comenzaron las disputas entre los vendedores del Parque San José y la Alcaldía de San Salvador. Carlos sabía que esto iba a suceder tarde o temprano pues en otros lugares del centro capitalino ya se habían dado. Se interesó por defender; no a sí mismo pero sí el a los demás vendedores. Como mencioné anteriormente, este tipo de interacciones estaban prohibidas por La Gran Familia. Carlos no pensó en actuar violentamente como otros vendedores de otros lugares del centro habían hecho pero sí a través del diálogo y de propuestas tanto para las autoridades como para sus colegas.

A pesar que Carlos entendía perfectamente bien que siempre iban a haber dos perspectivas de las cosas, estaba dispuesto totalmente a apoyar los ideales y bienestar de los vendedores. Después de todo, era el sustento de muchos y lo había sido por casi 25 años.

Esto fue a inicios de noviembre del año 2010. Pasó el resto del mes y todo el mes de diciembre y no supieron más de los sujetos que habían interrogado a Diego. Incluso dos meses no eran para confiarse. La Gran Familia sabía que estos tipos habían estado detrás de ellos desde hacía ya años y que cada vez se acercaban más. A pesar que no sabían con exactitud por qué los perseguían o incluso quienes eran, los miembros de La Gran Familia que vivían en El Salvador sabían que no había sociedad ni grupo más antiguo o grande que ellos mismos, es decir, de La Gran Familia. Esto no con aires de grandeza, prepotencia o arrogancia sino con aires de tranquilidad de saber que era muy probable que no fuera algo tan serio o que no se pudiera resolver.