Él le escribió una canción de amor

Él le escribió una canción de amor.
Hace muchos años ya y, aunque no llegó a la radio, fue un éxito.
Perfecta, hecha a la medida.

Era su primera canción.
A pesar que había escuchado cientos de canciones, nunca había escrito una.
Le puso tanto empeño y tanto cuidado.

Cada línea encajaba perfectamente en cuatro acordes y cada rima era una rima consonante; lo común para todo compositor novato. De nuevo, era su primera canción y, de nuevo, a pesar de esto, seguía siendo perfecta.

Él se sentía feliz por poder formar, moldear, crear algo para ella.
Ella sentía bien el poder inspirarlo, motivarlo y revelar su compositor interior.

Él le escribió otra canción de amor.
Esa vez, involucró a la Luna, a las estrellas y al futuro. Un futuro incierto pero anhelado, soñado.
Y aunque tampoco llegó a la radio (como todas las canciones que ha escrito hasta ahora), lo hizo merecedor de otro Disco de Oro… en su corazón.

Entonces, comenzó a escribir otro tipo de canciones.
Algunas eran historias inventadas y otras era historias distorsionadas; sobre otras personas y sobre otros sentimientos.

Había comenzado a escribir sobre él; también, había comenzado a escribir para él.

Junto a las canciones que escribía para el mundo, seguían naciendo las canciones de amor para ella.
A veces, él pescaba alguna chispa, una idea en medio de la rutina entre la semana y la convertía en una melodía durante el fin de semana. Ya se atrevía a experimentar un poco más con las rimas y los tiempos. Contaba con unos cuántos acordes más en su catálogo y se había expuesto a otros estilos musicales.
Algunas cosas habían cambiado.

Las canciones dejaron de madurar.
Las ideas seguían llegando y las melodías inéditas sonando en su cabeza.
Pero terminaban plasmadas, en silencio, en trozos de papel o en la pantalla de una computadora.

Él se pensó que, quizá, las canciones tenían en ese entonces más intelecto que emociones.
¿O fue quizá que tantas canciones la aburrieron?
¿Y si se repetía demasiado en sus propias canciones? (Como lo hacen los compositores novatos)

Él le escribió una carta de desamor.
Años después. Años después de haberle escrito aquella hermosa canción. Esa canción que, en su momento, fue perfecta. Esa canción que, a pesar de habérsela cantado a ella no más de dos veces con la guitarra entre sus manos, conoce perfectamente. La letra, los acordes, el tempo, cada detalle. Esa canción que, al igual que todas las canciones que escribió por ella, recita en su mente de vez en cuando porque son del tipo de canciones que quedan pegadas en las paredes de la cabeza (y a veces del corazón).
Esas canciones que ahora ella odia.

Él se pregunta, ¿A dónde van a parar esas canciones?
¿A dónde van a parar cuando ya no significan nada para su destinatario?
O, en todo caso, ¿A dónde van a parar cuando otra canción las opacó?

Él sigue escribiendo canciones, a veces.
Algunas de ellas, en forma de historia y en verso libre, como esta.
Cambiando un detalle por aquí y otro por allá, para que algunas cosas queden íntimos entre ellos y, por qué no decirlo, para cautivar al lector.

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Un abrazo y un beso

Una irrompible fortaleza la rodeaba, él la abrazaba tímidamente.
Ella no solo lo abrazaba a él, también al recuerdo de lo que una vez fue amor.

No sabía si los quería dejar ir.
Se sentía segura ahí.

Él miraba a todos lados, sin saber qué buscaba. Percibió su aroma favorito y con la punta de los dedos comenzó a acariciar el suave cabello que lo emanaba. Si ese olor pudiera durar para siempre, si todas y cada una de las cosas en la vida olieran así o si al menos… si al menos esta no fuera la última vez que fuera a absorber esta fragancia, sus ojos no estarían tan perdidos. No estarían perdidos pues estarían clavados en ella.

Ella miraba el gris abrigo donde tenía enterrada la mejilla. El abrigo que alguna vez le dio para que lo calentara durante esas noches frías. Ahora espera que lo caliente durante estas frías noches. Se sentía tan suave bajo sus manos y bajo su mejilla. Pero no era el abrigo, sino la persona que lo vestía. La persona que le dio calor a ella y no solo en las noches y tardes frías, sino desde el primer momento. La persona que le logró cosechar de su boca tantas sonrisas; y de sus ojos, tantas lágrimas de amor. Y recientemente, algunas de desamor.

¿Recientemente, desde cuándo?  No importaba. Ninguna de esas preguntas flotando a su alrededor —alrededor de los dos— importaba ya. Tal vez solo una; pero por más que luchara por escapar del corazón de alguno de los dos, el gigantesco nudo en sus gargantas no la dejaba salir.

El abrazo se había ido, ninguno supo quién lo terminó. Sentían como si hubieran estado en un sueño —uno hermoso— y despertaron frente al otro. Se sentían como dos desconocidos viéndose, dispuestos a irse por sus respectivos y recién formados caminos; descifrar estos caminos, tratar de encontrarles sentido o por lo menos tratar de encontrarle sentido a seguir caminando.

¿Quién daría el primer paso? ¿Quién sería lo suficientemente fuerte para desanclar la mirada del otro? Es tan difícil cuando las ventanas del alma están abiertas de par en par. Y es más difícil aún cuando, a pesar de ser incapaz de articular palabras, el corazón encuentra la manera de gritar.

El vaho entre sus bocas abrió paso.
Se besaron.