Ángel de la Guarda. Capítulo X

Pues claro que era un sueño.

Despierto y Ángel está parado junto a la cama. Veo en sus ojos que sabe lo que acaba de pasar. Me ve con compasión pues sabe cómo me siento. Me quiere decir algo pero creo que no encuentra las palabras.

Me siento en el borde de la cama, froto los puños en círculos sobre mis ojos y luego me estiro un poco. Reviso mi teléfono, apenas es la una de la tarde; veo hacia la ventana y ni por cerca que quiere llover.

No estés triste, escucho en mi cabeza. Miro a Ángel y le hago un gesto como diciéndole, ¿qué más puedo hacer?

Me levanto y me dirijo hacia la mesa donde dejé la computadora. Ángel me sigue con su mirada, le pregunto, ¿Crees que si no hubiera muerto Karen, las cosas fueran diferentes… Yo fuera diferente?

Él tarda en responder, Probablemente. Ahora en día te consideras a vos mismo amargado, apático, antisocial y tantas cosas más. Tal vez fueras diferente. Tal vez, la vida siempre se hubiera encargado de moldearte así. Tal vez siempre has sido así y encontraste la justificación perfecta para sacarlo. Siento un tono sarcástico en sus palabras.

Ya en mi computadora, busco entre mi música. ¡Tenías razón, mirá! La canción se llama When I Find Love Again. La reproduzco. Una canción bastante rara de James Blunt, pero me encantó desde que la oí, ¿Crees que lo encuentre alguna vez, de nuevo?… ¿Amor?

Se acerca a mí, Mirá, sé que ha pasado una eternidad desde que hablaste así con alguien. La única persona con quien te abrías así era Karen. Escucha las preguntas que me estás haciendo, suenan como sacadas de alguna telenovela. Sé que te sentís cómodo hablando de estas cosas conmigo porque es casi hablar con vos mismo. Por ello, te contestaré como si estuvieras hablando con vos mismo: No sos la primera persona que pasa por algo así, vos mismo has dicho alguna vez que todos somos mártires, héroes y cada una de nuestra situación es—

«—es la más difícil y el escenario de nuestro heroísmo,» le complemento ya en voz alta. Sonrío un poco y me doy cuenta que mi mirada vagaba en la nada sobre la pantalla de la computadora. Giro hacia Ángel, «¿Dónde escuché o leí eso?»

Ángel frunce el ceño, me mira fijamente e inclina la cabeza como si buscara algo en mis ojos. «Realmente no recuerdo,» dice extrañado y eso me extraña aun más a mí. Él en serio no recuerda y en serio está tratando de recordar. Un tanto extraño, pero le resto importancia.

Reviso mi correo electrónico, nada importante. Reviso a continuación la plataforma virtual de la universidad y encuentro un par de tareas. Esto me recuerda de enviar un correo a mis maestros para explicarles mi situación. En cierta forma, cayeron bien estas vacaciones forzadas pues el periodo de exámenes parciales acaba de terminar y esta semana usualmente es muerta; nadie va a la universidad. Ahora que lo pienso, aun sin incapacidad, hubiera faltado.

«Hay otra pregunta quizá más que trillada que estoy pensando en hacerte…»

«Yo sé,» me dice el ángel. «Y te voy a contestar con una respuesta también trillada… Si no la hubieras conocido, tampoco hubieras vivido todo lo que viviste con ella. Decime, ¿Creés que a ella le hubiera gustado el no conocerte? ¿El no haber vivido ese tiempo con vos?» Deja salir un suspiro y continúa, «En serio te invito a que alejés ya estos pensamientos, pues no te traen nada bueno.»

«¿Y cómo no querés que piense en ella?» Mi garganta se enreda en un nudo ciego. «¿En todo lo que ha pasado? Mirá lo que me acaba de pasar. UN CHISTE. UNA BURLA DE MI VIDA. He revivido, LITERALMENTE, lo que mató a Karen. Y si bien es cierto que sabés cómo me siento, sabés entonces que no importa cuánto tiempo pase, su recuerdo SIEMPRE me partirá el alma. YO—» Un silencio fugaz entró al cuarto. Un silencio que me resulta incómodo por hacerme sentir como… como avergonzando, expuesto. Ángel me está dando nuevamente esa mirada. Al diablo con su compasión. Y sé que está escuchando lo que estoy pensando. Eso me avergüenza más, pero no lo suficiente para evitar que le pregunte, «¿Y no que los ángeles pueden confortarnos? ¿Por qué no me confortás?»

Él hace una pequeña mueca al aire de decepción y luego desaparece.

Ahora sí, me siento totalmente avergonzado. Sé cómo soy con los demás, pero también sé cuando no se lo merecen. Cierro la portátil y bajo a la sala para ver algo de televisión. Como era de esperarse, no encuentro algo que me llame la atención y con más razón pues a esta hora, en día de semana, no transmiten más que programas para amas de casa o para los niños que regresan de la escuela.

Para mi suerte, tengo una pequeña pila de películas pendientes de ver; en lo más alto de la pila, está Looper: Asesinos del Futuro. Asumo que será buena por sus protagonistas. Introduzco el disco en el reproductor de DVD y antes de reproducirla me dirijo a la cocina; un buen sándwich y un poco de soda para acompañar la película.

***

En este justo momento, no sé si fueron o no, ciento diecinueve minutos totalmente desperdiciados. Es una de esas películas que no sé si detestar o simplemente no volver a ver. No la recomiendo, de eso sí estoy seguro. Saco el disco, lo coloco en su caja y a esta la coloco en la pila de películas para regalar o botar.

Son las tres y cuarenta en el reloj de la pared. Me siento tentado a ver otra película pero creo que mejor terminaré de procesar y digerir la que acabo de ver. El enojo me pasó hace ratos ya; lo que siento ahora es culpa y hasta deseo de disculparme con el ángel.

«Aquí estoy,» me dice. Yo le miro bobamente, frunciendo un poco la boca. Soy malo para muchas cosas, pero para disculparme soy lo peor. «No te preocupés. Recordá que sé lo que sentís… cómo te sentís. Mira otra película. Aprovecha que estás libre. Que sea Tarde de Películas.»

Le sonrío. «Pero antes—» le digo y me llevo el plato y vaso sucio a la cocina. Regreso con el vaso nuevamente lleno de soda. Tomo la siguiente película en la pila, Zapatero a tus Zapatos. Es con Adam Sandler. La comienzo a ver con el ángel sentado en el otro sillón. Tiene nuevamente esa mirada de la mañana, cuando veníamos en el taxi.

***

Estos sí fueron definitivamente noventa y nueve minutos que nunca recuperaré. Siempre cometo el mismo error con Adam Sandler: me digo a mi mismo que jamás veré otra película de él y sigo dándole oportunidades. Miro a Ángel e inmediatamente me responde, «No te puedo dar una opinión. Los ángeles no tenemos como gusto o sentido crítico para estas cosas.» Me quedo totalmente estático, los ojos bien abiertos. Él suelta una pequeña carcajada, «¡Son bromas! Comparto tu exacta opinión. La última película de Adam Sandler que te gustó fue Click.»

Creo que es la primera vez que bromea. Sonrío para mí mismo.

« Capítulo IX

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Bajo el foco

El silencio en la bodega parecía más solemne que de costumbre.

Don César encendió las luces y comenzó la ronda —ronda que decidió hacer porque el licenciado no se había  ido aún; de lo contrario, y con suerte, la haría cerca de la media noche. Cada paso rompía momentáneamente el silencio, esparciéndose rítmicamente  por los cien metros cuadrados que encerraban computadoras y otras cosas de las que el guardia entendía poco.

MEMORIAS RAM decía un rótulo al inicio del segundo pasillo. Don César lo pronunciaría MEMORIAS RAN aunque le corrigiesen una y mil veces. Él culparía a los sesenta y algo años que lleva sobre sus espaldas y a los estudios que dejó ignorados allá atrás.

Cruzó hacia el siguiente pasillo, ya iba por la mitad de ellos. DISCOS DUROS —Ese sí estaba fácil de leer. El foco al final de ese pasillo parpadeaba rápidamente, parecía nervioso. Don César le escuchaba zumbar. Si le informaba al licenciado que el foco necesitaba cambio, sería la tercera vez en las últimas dos semanas. Que mejor le diga alguno de los muchachos de ventas; de todos modos, rara vez venía a dar rondas en la noche. En lo oscuro. Era su trabajo pero prefería evitarse malentendidos en caso se llegara a perder algo. El foco zumbaba —casi gritaba— con más fuerza a medida que el guardia se acercaba. Sigue leyendo «Bajo el foco»

Ángel de la Guarda. Capítulo V

La voz de una enfermera me regresa de poco en poco a la realidad; como cuando estás totalmente sumergido en una piscina y salís a la superficie. Todas esas reverberaciones acuáticas quedan ahogadas en los sonidos de la superficie. Todos esos sonidos de los sueños quedan cortados en algún lugar de nuestra cabeza, hermetizados en el subconsciente y enterrados bajo los sonidos de la realidad. Siendo mi realidad, la hora de las medicinas.

Dos pastillas y un vasito con agua. Con una gran mueca en mi rostro, me trago las pastillas y le digo a la enfermera que le agradecería si me llenara nuevamente el vaso con agua. Me tomo el segundo vaso con agua y la enfermera, quizá al ver mi rostro, me ofrece un tercer vaso con agua. Mientras lo tomo, ella sale de la habitación. El reloj de la pared me indica que son las diez y veinticuatro.

La adicción a las redes sociales me llama y me lleva a buscar mi teléfono en la mesa de la izquierda. El dolor despierta nuevamente en mi hombro y brazo derecho; esta vez, no entra enfermera alguna para asistirme. Paso al plan B, utilizar la mano izquierda. El problema con este plan está en la posición que tendría colocar mi brazo y en lo inútil que sé que soy con esta mano.

Lo dejaste a un lado. No lo volviste a meter.

Giro mi cabeza a la puerta de la habitación pero no veo a nadie. Pasan cuatro o cinco segundos infinitos y yo espero a que aparezca alguien, quien haya dicho eso. Mi mente me dice que alguien me está tomando el pelo. Para este entonces, ya siento a mi propio corazón latiendo con fuerza en mis oídos. Pestañeo varias veces y la pregunta si hay alguien ahí se queda a solo unos centímetros de mis sellados labios. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo V»

Ángel de la Guarda. Capítulo IV

Uno o dos segundos de oscuridad total y un temible frío con origen en mis pies. Estoy despierto nuevamente y consciente que estoy en un hospital. Intento abrir los ojos pero lo mejor que pueden hacer es quedar abiertos a medias; mi visión totalmente desenfocada e incapaz de quedarse quieta. Logro identificar la silueta de un doctor, o un enfermero y, como puede, mi boca arrastra el enorme peso las palabras “Tengo frío”. Cierro los ojos nuevamente mientras siento que me cubren con una frazada pesada y que eventualmente será caliente también. Mis hombros me duelen pero logran cruzar mis brazos sobre mi pecho y aseguran con sus escasas fuerzas a la frazada.

Mis oídos perciben sonidos que deduzco son palabras de los presentes pero mi cerebro no puede procesarlas del todo. Logro entender perfectamente que alguien dice “Segundo accidente. Cualquiera lo tomaría como una segunda llamada.” Ante la claridad de las palabras, mi ceño se frunce y mis ojos llegan nuevamente a medio abiertos. Busco la fuente de dichas palabras que me parecen incluso burlescas y creo ver al fondo de la sala a otro doctor con su uniforme verde sentado sobre algo —una mesa—. A pesar de no poder enfocar bien la mirada, juro que le vi sonreír.

Mis ojos se cierran nuevamente.

Cerote. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo IV»

Ángel de la Guarda. Capítulo III

Estoy esperando a Karen sentado bajo el sol de una buena mañana de sábado. Ella insistió en que no era necesario irla a recoger a la universidad porque vendría con sus compañeros. De todos modos, son solo tres kilómetros de la Universidad de El Salvador hasta Metrocentro; unas tres o cuatro paradas en microbús.

Veo la pantalla de mi teléfono, mi iPhone 3 que conseguí usado y cumpliendo la regla de las tres B: Bueno, Bonito y Barato. Diez de la mañana con cuarenta y ocho minutos. Sábado diez de julio de dos mil diez. Lo desbloqueo para cambiar la canción pues en estos momentos no me siento con ánimos de escuchar a Korn. Presiono un par de veces la pequeña flecha de Siguiente. Creo que todos tenemos esas canciones que nunca escuchamos pero que tampoco borramos del teléfono. Al fin encuentro algo pasable, algo más tranquilo para la pequeña espera que estoy haciendo; Crema de Estrellas de Soda Stereo.

Karen dijo que su reunión terminaría a las diez y media, por lo que debería llegar en cualquier momento. Para mientras, me distraigo viendo a las personas alrededor. Es sábado, la mayoría de estas personas vienen a realizar los mandados que no pueden realizar entre semana. Unas cuantas familias a pasar el rato. Uno que otro bicho esperando su novia —igual que yo— y otros que quizá solo tienen que pasar por acá para abordar otro bus. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo III»