Esa noche, era la habitación más cálida del hospital; tanto así, que uno juraría ver un resplandor naranja saliendo tímidamente por las ranuras que rodean la puerta.
La mirada de Francisco estaba totalmente perdida a través de la ventana. No había mucho que ver en la Alameda Juan Pablo II a estas horas de la noche y en especial en un domingo; en las afueras del hospital. Cuatro taxistas esperando algún cliente y platicando sobre los partidos del día y sobre el nuevo decremento al precio de la gasolina. Un par de vehículos pasando y que a lo mejor llevan familias provenientes de Metrocentro; asumiendo incluso un poco más, venían de comprar los útiles escolares para los niños del hogar.
Domingo, cuatro de enero de dos mil quince. Recién terminaron las festividades de fin de año, y un nuevo ciclo comienza; un nuevo año lleno de tantas oportunidades, estudio, trabajo, proyectos y metas… todo por delante. Pero no para Katherine. Sigue leyendo «Algún otro lugar a donde ir»