Un buen día para pasear el corazón

Un cálido sol nació a lo lejos,
y junto a ella, tranquila paseaba
una fría brisa susurrando: “Sí,
es un buen día. Saca el corazón.
Sácalo a pasear”

En camino, descubrió dos problemas:
El corazón no quería bajarse
de ese suave refugio en sus brazos
y no estaba segura de adónde ir…
¿A dónde llevas a un ermitaño?

Sus pies, sin querer, buscaron el parque
y su corazón se encogió en temor
con tantos otros jugando alrededor.
Ella lo notó y pensó en irse,
y llevárselo de vuelta a casa.

Pero la tímida y curiosa forma
en que el corazón miraba los otros,
le dijo con una grata sonrisa:
“Sigue siendo un buen día, míralo:
quiere jugar como niño otra vez”

Tras horas de ver y escuchar risas,
gritos y, por qué no decirlo, llantos,
decidieron regresar a casa.
Esta vez, el corazón sí se bajó
y lentamente, comenzó a caminar.

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Una vez más, le rompió el corazón

Le quedó claro en ese momento
que, una vez más, le rompió el corazón.
Tenía que alejarse lo suficiente
para que esa fuera la última vez.

Cruzó todo salón a toda prisa,
parecía saber a dónde iba.
La verdad es que estaba perdida,
pero sabía dónde no quería estar.

Cruzó la ciudad en plena soledad.
Y así como la noche despejaba,
de transeúntes, las calles, ella deseaba
ordenar sus dispersos pensamientos.

Y así como él cruzó tantas líneas,
ella siguió: sin ver hacia adelante.
Borrándose en las calles y tratando
de borrar lo que hoy es un recuerdo.

Una sonrisa más

Ella pedía, dentro de sí, en su corazón,
que él sonriera una vez más
y detuviera de esa forma, ese reloj,
que acercaba, con cada tick, el inevitable adiós.

Él no podía sonreír
porque poco a poco, un error
borró una historia de amor
dejando un corazón en blanco para escribir.

Y si ella sonriera…
Tal vez sería la señal
que, dentro de él, tanto espera
para quedarse un poco más.

Pero ella no podía sonreír…
Porque, rapidamente, un error
creó un vacío en un corazón
que nunca nadie podrá llenar.

Él le escribió una canción de amor

Él le escribió una canción de amor.
Hace muchos años ya y, aunque no llegó a la radio, fue un éxito.
Perfecta, hecha a la medida.

Era su primera canción.
A pesar que había escuchado cientos de canciones, nunca había escrito una.
Le puso tanto empeño y tanto cuidado.

Cada línea encajaba perfectamente en cuatro acordes y cada rima era una rima consonante; lo común para todo compositor novato. De nuevo, era su primera canción y, de nuevo, a pesar de esto, seguía siendo perfecta.

Él se sentía feliz por poder formar, moldear, crear algo para ella.
Ella sentía bien el poder inspirarlo, motivarlo y revelar su compositor interior.

Él le escribió otra canción de amor.
Esa vez, involucró a la Luna, a las estrellas y al futuro. Un futuro incierto pero anhelado, soñado.
Y aunque tampoco llegó a la radio (como todas las canciones que ha escrito hasta ahora), lo hizo merecedor de otro Disco de Oro… en su corazón.

Entonces, comenzó a escribir otro tipo de canciones.
Algunas eran historias inventadas y otras era historias distorsionadas; sobre otras personas y sobre otros sentimientos.

Había comenzado a escribir sobre él; también, había comenzado a escribir para él.

Junto a las canciones que escribía para el mundo, seguían naciendo las canciones de amor para ella.
A veces, él pescaba alguna chispa, una idea en medio de la rutina entre la semana y la convertía en una melodía durante el fin de semana. Ya se atrevía a experimentar un poco más con las rimas y los tiempos. Contaba con unos cuántos acordes más en su catálogo y se había expuesto a otros estilos musicales.
Algunas cosas habían cambiado.

Las canciones dejaron de madurar.
Las ideas seguían llegando y las melodías inéditas sonando en su cabeza.
Pero terminaban plasmadas, en silencio, en trozos de papel o en la pantalla de una computadora.

Él se pensó que, quizá, las canciones tenían en ese entonces más intelecto que emociones.
¿O fue quizá que tantas canciones la aburrieron?
¿Y si se repetía demasiado en sus propias canciones? (Como lo hacen los compositores novatos)

Él le escribió una carta de desamor.
Años después. Años después de haberle escrito aquella hermosa canción. Esa canción que, en su momento, fue perfecta. Esa canción que, a pesar de habérsela cantado a ella no más de dos veces con la guitarra entre sus manos, conoce perfectamente. La letra, los acordes, el tempo, cada detalle. Esa canción que, al igual que todas las canciones que escribió por ella, recita en su mente de vez en cuando porque son del tipo de canciones que quedan pegadas en las paredes de la cabeza (y a veces del corazón).
Esas canciones que ahora ella odia.

Él se pregunta, ¿A dónde van a parar esas canciones?
¿A dónde van a parar cuando ya no significan nada para su destinatario?
O, en todo caso, ¿A dónde van a parar cuando otra canción las opacó?

Él sigue escribiendo canciones, a veces.
Algunas de ellas, en forma de historia y en verso libre, como esta.
Cambiando un detalle por aquí y otro por allá, para que algunas cosas queden íntimos entre ellos y, por qué no decirlo, para cautivar al lector.

La Ciudad de Ladrones

¿Quién se ha robado, esta vez, su corazón?
¿Será que simplemente lo extravió?
Lo dejó, quizá, en casa de alguien
Y ese alguien, de esto, no se percató,

De noche, ella se vuelve descuidada.
La ciudad se aprovecha muy fácilmente.
Y ella cae con tantas distracciones.
Son todos, para ella, de color azul.

Ella nunca va a aprender
que con cuidado debe andar
y también a reconocer
en quién puede y no confiar.

Pues cada rostro que ella ve
no muestra otra cosa más
que inocencia y, quizá,
un futuro para (los) dos.

Resulta tan fácil perder algo así
cuando en la mano, lo lleva a todas partes.
Resulta difícil ir a cualquier parte,
cuando lleva algo así, escondido.

Como ella que confiada, con el pecho abierto,
sale y expuestos deja, así, sus sentimientos,
Por estas calles de esta tan bien llamada,
“Ciudad de los ladrones de corazones”.

Hay tanto criminal acá
y como ella, tantas víctimas
que quizá algún día robarán
el corazón de alguien más.

Pero ella ya tomó la decisión
de nunca llegar a tomar
lo que le pertenece a alguien más,
en esta peculiar y gran ciudad.

Y seguirá a diario con
lo que llaman ingenuidad.
Al fin y al cabo, no hay ningún mal
en ofrecer abierto el corazón.