El centro de mi ciudad

Esta mañana, salí a caminar.
Recuerdo cruzar donde siempre cruzo.
Dos cuadras después, ya estaba perdido.
Perdido en mi propia ciudad.

Miré alrededor, en busca de algo.
Si me lo preguntás ahora, pues, yo,
yo no te sabría decir el qué fue.
Pero te puedo decir que no ayudó.

Un poco después, miré hacia arriba,
buscando entonces alguna señal.
Y fue cuando la encontré que descubrí
que todas estas calles llevan a ti.

Porque eres el centro de esta ciudad
y todas las rutas inician en ti.
Y sin importar por donde cruce yo,
el camino siempre me lleva a ti.

Y a pesar de saber esto,
que yo aquí siempre vendría,
regresé a ti corriendo
y no volveré a salir sin ti.

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Préstame

Préstame el suéter con el que te cubres
cuando la fría soledad te abraza.
Préstame, otra vez, esa sonrisa,
aquella que usas en tus días tristes.
Préstame esa piel tan fuerte que vistes
y que tanto aguanta, día tras día.
Préstame tu peine para peinarme
y desenredarme el alma esta noche.

Dame de esa agua que sana heridas,
voy a tomar un poco y guardar el resto.
Dame un poco de esa paz, quiero calmar
a este inquieto corazón que llevo.
Y es que el corto tiempo fue tan largo hoy,
para poder ordenar las cosas en mi cabeza.
Por eso te pido tantas cosas esta noche
quiero arreglarme pues ya viene el mañana.

Me diste vida

Me diste vida cuando te conocí.
Desearía mostrarte lo perplejo
y lo emocionado que me sentía
por este camino que, ese día,
recibimos.

Me cautivaste y tallé ese momento
donde otros recuerdos se han juntado,
aquí en mi corazón, donde no llega
mi mala memoria que tanto odias,
ahora.

Me hiciste dudar de mí mismo a veces;
si lo estaba haciendo bien o mal con vos.
Y aunque por orgullo, no te lo dije,
muchas veces, yo aprendí a tropiezos,
junto a vos.

Me seguís llenando de vida a diario.
Y a diario, sigo buscando un lugar
para todas tus cosas, en mi cabeza.
Y aunque no te vea a diario, hijo,
cada día me dices, “Lo hiciste bien”.

Un buen día para pasear el corazón

Un cálido sol nació a lo lejos,
y junto a ella, tranquila paseaba
una fría brisa susurrando: “Sí,
es un buen día. Saca el corazón.
Sácalo a pasear”

En camino, descubrió dos problemas:
El corazón no quería bajarse
de ese suave refugio en sus brazos
y no estaba segura de adónde ir…
¿A dónde llevas a un ermitaño?

Sus pies, sin querer, buscaron el parque
y su corazón se encogió en temor
con tantos otros jugando alrededor.
Ella lo notó y pensó en irse,
y llevárselo de vuelta a casa.

Pero la tímida y curiosa forma
en que el corazón miraba los otros,
le dijo con una grata sonrisa:
“Sigue siendo un buen día, míralo:
quiere jugar como niño otra vez”

Tras horas de ver y escuchar risas,
gritos y, por qué no decirlo, llantos,
decidieron regresar a casa.
Esta vez, el corazón sí se bajó
y lentamente, comenzó a caminar.

Su favorito

Terminó el concierto.

Frente a toda esa gente que había pagado por escucharla, recordó la canción de sus pasos subiendo las escalera, aquella que es su canción favorita. Recordó también que pretendía estar dormida, tan solo para escucharlo decir su nombre, ella no se contenía y llenaba de carcajadas la habitación.

Esa noche, el teatro estaba lleno pero de aplausos. A través de las luces sobre ella, miraba los palcos llenos y recordaba su asiento favorito: los hombros de él, desde donde hacía cientos de preguntas a diario. Él le sonreía, maravillado, por tal curiosidad sobre el mundo entero.

Y parecía que todo el mundo estaba en el teatro esa noche: familiares, amigos, compañeros de trabajo y muchos extraños. Recorría con una sonrisa todos los rostros frente a ella, uno a uno, sabiendo que no encontraría, entre ellos, su favorito, aquel rostro que, incluso marchito, sonreía, maravillado siempre por ella.