Tiempo, tiempo, tiempo

Ella pertenece a sus abrazos;
firmes y seguros, puede ser ella. 
Él pertenece a los besos de ella,
labios con sabor a dulzura y paz.

Celebran juntos este buen presente,
caricias que esta buena vida les da.
Presente que pertenece a los dos,
aunque, por hoy, tenga más de un sabor

Sueñan con un buen futuro lejano,
futuro que pertenece ya a los dos,
caricias que la vida les guardará
mientras su presente no lo sea más.

Porque el tiempo, tan injusto como es,
no le pertenece a ninguno hoy,
les hará esperarse uno al otro,
y por ese buen futuro de los dos

Y ella cantará una canción de amor
cada noche que lo extrañe y quiera abrazar. 
Y él cantará una canción de soledad
cada noche que esté lejos y quiera paz.

Y cuando el futuro sea el presente,
entre besos y abrazos y cantarán
una canción de amor y felicidad,
una canción que pertenece a los dos.

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Regresé

Con mi casco espacial hecho pedazos
y ninguna estrella entre mis manos,
con algunas quemaduras por el sol
y por la testarudez que me lleva,
regresé.

Con mi espada rota y sin bandera,
muchas heridas, por dentro y por fuera,
con mi diario uniforme destrozado,
sin medallas y sin rangos sobre él,
regresé.

Sin haber salvado al mundo entero
o una sola persona, al menos,
sin haber inspirado a alguien más,
y dejar aquí, yo, mi huella por fin,
regresé.

Regresé al refugio de tus brazos,
al calor de tus palabras y manos.
Regresé como cada día a ti.
Como cada vez que soy derrotado.

Arreglaste mi casco y espada,
sanaste mis heridas y mis llagas.
Cosiste mi uniforme y mi esperanza,
para que lo vuelva a intentar mañana.

Hay algo más

Detrás de esa enorme sonrisa,
que le contagia y aprecia a lo lejos,
hay algo más, algo que lo enamora,
que lo aturde al sacudir su cabeza.

Intenta ignorar la extraña atracción,
que las suaves curvas en su cabello
han despertado en él, y la común,
creada por las curvas en su cuerpo.

No logra encontrar qué es ese algo,
qué es ese imán que lo arrastra a ella,
que lo obliga a mirarla, siempre así,
y a pensar en lo que fuera de los dos.

Oculto en sus ojos está el reflejo
de eso que lo enamora sin saber,
un corazón que, así como el de él,
se siente solo, incompleto.

Retratista

Barría suavemente con su meñique los residuos grises del borrador. Cuidadosamente, los llevaba hasta el borde de la mesa. A medida que su dedo se deslizaba sobre el papel, podía sentir los contornos del rostro ahí plasmado. Era un chico.

Era un chico con una leve sonrisa en sus labios y con nariz pronunciada. Esas eran las dos características que más resaltaban del retrato. A pesar que este estaba en blanco y negro, los ojos del chico eran sin duda alguna de color café. Su pelo, partido por un camino al lado izquierdo, era liso y negro. Un poco largo. Tal y como ella lo recordaba.

Se inclinó hacia su nueva obra mientras se ajustaba los lentes. Acababa de pasar el retrato a tinta y debía asegurarse que no quedara un solo trazo de lápiz. Comenzó desde el cabello y fue bajando lentamente, de lado a lado. Se detuvo unos momentos en la mirada del chico, perdida hacia un lado, pensando en algo que lo ha hecho sonreír. Continuó más abajo y llegó hasta la barba de tres días que ella le había dibujado y la revisó detenidamente. Es en estos lugares donde usualmente se esconde el grafito. Siguió revisando y llegó hasta el final del retrato, hasta los hombros del chico. Ella había escogido una chaqueta de cuero para él y, bajo de esta, una camisa de botones, de mezclilla.

Se puso de pie y sacudió sus manos en una franela que tenía justamente para eso. Luego, tomó el retrato con ambas manos por las esquinas inferiores y lo llevó hasta la luz del sol que entraba por la ventana en esa tarde de febrero. Quería revisarlo una última vez antes de dar por concluido el trabajo de tres días que inició el viernes, cuando salió del trabajo directo a su casa, emocionada, ansiosa por dibujar.

Él era un nuevo compañero que llegó al estudio esa misma semana. Ambos eran diseñadores y el viernes, durante el almuerzo, habían tenido su primera conversación real. Antes de eso, solo habían cruzado saludos y miradas.

El viernes fue un buen día para conocerse, pensaba ella; ninguno de los dos tuvo reuniones con clientes y, en los días anteriores, ya todos le habían dado el almuerzo de bienvenida a él. Ella solicitó ese apoyo —refuerzo— incondicional que solo las mejores amigas pueden dar y, juntas, llevaron a comer al chico, para que «conociera los alrededores del estudio».

Después del almuerzo, ella pasó la tarde viéndolo desde el otro lado de la oficina, en su escritorio, buscando el mejor ángulo para el retrato que comenzaría al salir de ahí. Sentía que tenían tanto en común. Sentía que podían llegar muy lejos y que ese retrato, que planeaba terminar antes del lunes, se convertiría en un muy lindo obsequio en algún momento, más adelante. Se imaginaba a sí misma preguntándole, «¿Recuerdas aquel viernes, al final de tu primera semana en el trabajo? Aquel, donde fuimos a almorzar con mi amiga.» Él le soreiría y asentiría con la cabeza. Luego, ella continuaría, «Pues, ese mismo día hice esto.» Él se quedaría atónito por unos segundos y, conmovido por el gesto, la abrazaría. Ella, entre sus brazos, le diría, «Desde ese día, sabía que íbamos a terminar juntos,» y se sentiría feliz de haber hecho algo tierno por él, de haber tenido la razón sobre ellos dos y de haberle acariciado el corazón con el retrato que ahora tenía en sus manos, bajo la suave luz del sol de un domingo en febrero.

Sabía que el retrato era perfecto, que había capturado el mejor ángulo de él. Pero le hacía falta un último detalle. Regresó el retrato a la mesa de dibujo y tomó su pluma favorita.

Lo firmó.

Lo firmó en la esquina inferior derecha y entonces, sí, estaba terminada su obra. Lo tomó una vez más con el mismo cuidado que antes y lo llevó hasta su gavetero. Ahí, aguardaría el momento perfecto que ella había imaginado para entregárselo, para entregarle un pequeño trozo de su emocionado corazón. Ahí, donde antes había guardado retratos similares que nunca fueron entregados. Ahí, donde no solo guardaba ropa, sino que también sus nobles y confiadas esperanzas. Ahí, donde poco a poco se han acumulado trozos de su emocionado corazón.

Eso no es para ti

Ella viste un nuevo vestido, cada día, por ti.
Ella se pinta de rojo sus labios para así, provocarte de nuevo.
Estás pendiente de su llegada, pues no te aguantas por saludarla
Y mientras se enfría, el café en su taza, tú, por ella, te quemas por dentro.

Almuerzas con ella, y la escuchas en todo. Te sientes feliz si le haces reír.
Pasas la tarde cruzando miradas. Bromeando por todo, el tiempo se escapa.
Llega la noche y se marcha con otro. Recuerdas entonces que no es para ti.
Y mientras apagas la luz en tu mesa, recuerdas lo mucho que te deslumbra.

Recuerdas entonces, que los vestidos, ni los labios son para ti.
Recuerdas que eso no es para ti