El Encuentro – 9: Regreso

La pesadilla que Álvaro soñaba a diario fue la razón principal por la que se fue de su casa, por la que dejó su vida atrás. Tenía el miedo de que le quitaran su vida entera, comenzado por su novia. La pesadilla se convirtió tan frecuente que Álvaro no podía hacer otra cosa más que huir.

Hoy, cuando regresó a su casa vio afuera de ella el vehículo que él siempre ve en sus pesadillas. Tras los vidrios polarizados del vehículo vio a los sujetos que también aparecen en su pesadilla.

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El Encuentro – 8: S.R.F.A.

Para el mismo tiempo que se formaron las Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional y el Partido Revolucionario de los trabajadores Centroamericanos, el gobierno también estaría formando lo que nunca se conoció como la Sociedad de Refuerzo para la Fuerza Armada. Dicha sociedad se manejó totalmente a un lado del ejército y sólo las pocas personas involucradas sabían de ella.

La Sociedad, como le llaman hoy en día sus miembros, buscaba darle el apoyo necesario al ejército para poder ganar la lucha en contra de la guerrilla, no por obtener algún beneficio político de ello como se podría suponer, sino por proveer la paz de una vez al país, en este caso, a costa de los revolucionarios.

La gran parte de los fundadores de La Sociedad pertenecía al diez por ciento de la población que disfrutaba las riquezas del país. El resto de fundadores eran extranjeros. Uno de estos extranjeros era un ex militar del ejército de Estados Unidos, el coronel Mathew Blane. El coronel trabajó en un sector del ejército norteamericano que podríamos llamarse clandestino, donde se trabajaba con cosas que no eran del todo legales, desde armamento y vehículos hasta experimentos con humanos.

Ese sector del ejército norteamericano, a través del coronel Mathew Blane y a través de La Sociedad, puso a prueba muchos de sus experimentos y armas en El Salvador durante la década de los setentas y ochentas.

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El Encuentro – 7: Hogar, Dulce Hogar

Álvaro despertó de la misma forma que el día anterior. Esta vez no le molestó mucho, tenía pensado levantarse temprano.

Unos quince minutos después, estaba saliendo por la puerta del motel. Eran las seis y media de la mañana. Había una pequeña capa de neblina que no permitía ver a unos sesenta metros. Las calles se comenzaban a congestionar por todos los vehículos que llevaban a los niños al colegio y también aquellos que se dirigían ya a su trabajo.

Álvaro caminó hasta la parada de buses donde comenzó su camino hacia su casa.

***

Dos meses habían pasado desde el último día que había dormido en la casa que estaba frente a él. No era una casa grande ni lujosa, ni estaba ubicada en  la mejor zona de la ciudad; sin embargo, era bastante para una pareja joven, bastante.

Un buen día en el que buscaban una casa, encontraron un anuncio en el periódico, en la sección de  Ventas de Casas: “Casa de dos plantas, tres habitaciones y dos baños, zona segura.” Luego aparecía el número de teléfono del dueño. La casa tenía un color mostaza suave, una puerta, un portón, y cinco ventanas: dos abajo y tres arriba.

Un carro ajeno estaba parqueado a tres casas arriba de la casa y, a pesar que era polarizado, Álvaro podía ver que había dos personas en él. Álvaro estaba frente a su casa, comprando en la tienda. La dueña de la tienda se sorprendió pero más aún, alegró de verlo. Charlaron por unos cinco o seis minutos, tiempo suficiente para que Álvaro buscara a su novia. No la encontró por ningún rincón de la casa. Se fue temprano al trabajo, tal y como esperaba Álvaro. Álvaro le mintió a la señora de la tienda, le dijo que un familiar de él estaba enfermo y que tuvo que ir a pasar un tiempo con él para cuidarlo. Que por eso se había retrasado la boda y otras cosas más.

Cruzó la calle, se detuvo a dos metros frente a su casa, sacó sus llaves de su bolsillo izquierdo, dio un suspiro y entró.

Todo estaba igual, justo como lo dejó hace dos meses a excepción de una hoja de papel sobre la mesa en la entrada. Parecía extraño ya que Álvaro era del tipo de persona fanática al orden y había contagiado a su novia. Era una nota.

Álvaro, cuando regresés, lo vas a hacer cuando no esté aquí – me conoce tan bien – por lo que no podré hablar con vos frente a frente. Sé que querés estar alejado de todo para tranquilizarte y encontrarte a vos mismo de nuevo. No te voy a decir nada más que espero que sea pronto porque me hacés falta un montón, más de lo que te podás imaginar, más que yo a vos. – sí… comono – En serio espero que encontrés lo que buscás. Sabés que te voy a estar esperando toda mi vida aquí, al menos dejame saber que estás bien y que pronto volverás. Decime que pronto tus besos me despertarán por la mañana de nuevo y que el calor de tus brazos me llevará  hasta mi sueño por las noches.

Álvaro la consideraba una poeta. Decía cosas que siempre conmovían a Álvaro, en más de una ocasión le sacó un par de lágrimas, quizá porque Álvaro era un tanto sentimental. Tomó la nota en su mano y caminó. Desde la entrada, había un pequeño pasillo que llevaba hasta la sala. Colgadas en ambas paredes del pasillo, había una gran cantidad de fotografías de la pareja, la mayoría graciosas y el resto llenas de un amor único.

Sabía que Gaby no estaría en casa. A pesar de que La soledad había llevado a Álvaro a su casa, no se iba a quedar por mucho tiempo en ella, un par de horas nomás. No era en sí el hecho de estar con ella lo que alejaría la soledad, pero sí el hecho de sentirse en casa, el hecho de sentirse de vuelta en su vida, el hecho de poderla sentir a ella a través del hogar que habían hecho los dos.

Se sentó en el sofá a ver televisión, en no menos de diez minutos, estaba dormido. Era demasiado cálida la sensación de estar de vuelta en casa.

***

Despertó en el Parque Cuscatlán. Era de noche, pocas veces había estado en él de noche. La mayoría de las veces estuvo ahí por la tarde, a las cinco y cuarto para ser exactos.

Durante el primer año y medio laboral de Álvaro, el Parque Cuscatlán funcionó como punto de encuentro para él y Gaby. Trabajaba en una oficina a tres cuadras del parque y salía a las cinco de la tarde. Caminaba hasta el parque donde Gaby lo estaría esperando todos los días en la misma banca cerca de la cancha de basquetbol. Prefería cerca de la de basquetbol ya que en la de fútbol siempre le decían cosas los que llegaban a jugar; además, la de básquetbol estaba más lejos de la entrada lateral del parque, es decir, estaba más segura.

El parque era un lugar perfecto porque Gaby vivía relativamente cerca, llegaba en quince minutos caminando. En ese entonces, a sus dieciocho años, Álvaro comenzaba su primer año de ingeniería en la universidad, mientras que Gaby terminaba su bachillerato.

Pero hoy era de noche, no sabía cómo había llegado ahí. Las esferas naranja iluminaban el parque, tal y como lo habían hecho desde siempre quizá. Álvaro estaba cerca de la entrada frontal del parque, frente al Hospital Rosales. Teniendo la salida del parque justo a su espalda, decidió ir hacia adentro del parque.

(¿A dónde vas?)

Llegó al centro del parque, donde había grama cercada por alambre amarrado a palos de bambú. Donde de día no existía el silencio que le rodeaba por los gritos de los niños jugando y corriendo, por los coloridos gritos de los vendedores ambulantes y algunos fijos. Donde de día, no le daría miedo estar.

Encontró a Gaby, quien estaba de espaldas. “¡Gaby!” dijo y ella giró, le sonrió y corrió hacia él. No hubo beso, solo un fuerte y firme abrazo, aun encajaba perfectamente entre sus brazos. Finalmente se separaron, él tomo aliento para comenzar a hablar cuando de la nada llegaron seis sujetos en trajes y con lámparas. Gaby y Álvaro asustados no supieron qué hacer.

Dos de esos sujetos sujetaron a Gaby, uno cubriéndole la boca para que no pudiera hablar y el otro sujetándole los pies para que no pateara. Tres de los cuatro restantes se lanzaron sobre Álvaro quien inmediatamente trató de defender a su novia. Después de un forcejeo, los sujetos se vieron obligados a golpear a Álvaro para que se tranquilizara. Al recibir el golpe, Álvaro se enfureció y empujó con toda la fuerza de su mente, de su poder al que le brindó el golpe. Inútil. Intentó nuevamente usar su telequinesis para empujar al sujeto. Nada de nuevo. Miró con preocupación a los sujetos.

(¿Qué está pasando?)

A puros empujones llevaron hasta la calle a Gaby y a Álvaro. Dos vehículos idénticos los esperaban, metieron a Gaby en uno y a Álvaro en el otro. Partieron en direcciones diferentes.

“Sé de tu habilidad” – Dijo la voz del hombre que iba en el asiento del pasajero.

***

Álvaro despertó asustado, esta vez de verdad. Tal y como uno despierta después de tener una pesadilla. Miró alrededor, aún borroso, no sabía a dónde estaba. Se puso de pié aturdido, reconoció su casa donde se había quedado dormido. La misma pesadilla, de nuevo.

(¡Los vehículos!)

Salió corriendo a la calle. El vehículo que había visto hace una o dos horas se había ido. Era idéntico a los vehículos que veía en la pesadilla. En la pesadilla donde le quitaban lo más preciado que tenía y luego…

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El Encuentro – 6: Descargas y Fantasías

Luis Guzmán.
Licenciado en Sicología.

A Luis no le había gustado nunca el rótulo fuera de su casa, su clínica también. Era de un color azul metálico chillón con letras amarillas pálidas. Entró a la casa de dos plantas, blanca por fuera y por dentro. Tenía dos entradas, la de la casa, a través de la sala y la de la clínica, a través de la sala de espera. Luis tenía treinta y dos años y una cabellera que notaba muchos más. Desde joven tuvo entradas que poco a poco fueron creciendo hasta dejar la parte superior de su cabeza casi sin cabello alguno. Es por ello que usaba el cabello bastante corto. Era eso o intentar cubrir el hueco con el cabello de los lados de su cabeza.

Era un hombre solitario que siempre se dedicó por completo a su carrera, tanto en la universidad como en lo laboral. Era exitoso gracias al esfuerzo y a la perseverancia. Todo lo que tenía se lo había ganado con el sudor de su frente. Era un poco corto de estatura y un poco relleno. Tenía una mirada penetrante que, a la vez y muy en el fondo, mostraba un enorme mundo de pensamientos e ideas que quizá se quedaban ahí adentro siempre. Siempre parecía estar pensando en algo, aun cuando hablaba o hacía alguna otra cosa. Su mente no descansaba. La vida es tan compleja y gigantesca como para evitar pensar, maravillarse y filosofar sobre ella. Todo lo bueno en ella, y lo malo (si acaso) también. Todo lo justo y lo dudoso.

Los pensamientos que sí lograban salir de la incansable mente de Luis no salían a través de su boca, salían a través de un lapicero y directo al papel. Con la tecnología de hoy en día, los pensamientos salían de sus dedos directo a la computadora y a través del teclado. Tenía cientos y cientos de documentos y aún así no era ni la mitad de todo lo que se proyectaba en la cabeza de Luis. Quizás, y él mismo lo consideraba en ocasiones, era un genio. Pero, ¿qué hace realmente un genio a un genio?

Luis puso sus llaves y billetera donde las solía poner: una mesa de madera a un lado del sofá de su sala. Se sentó en ese mismo sofá y se echó para atrás, viendo el cielo falso. Aún sentía la emoción, la alegría, el asombro y en especial, su mano que ya no estaba entumecida.

  • “¿Laura?”
  • “¡Mucho gusto!”
  • “Por favor, siéntese” – dijo Luis mientras con su mano izquierda señalaba la silla frente a él.
  • “No lo tome a mal…. Pero se ve mayor de lo que me lo imaginé” – Dijo Laura con confianza y luego sonrió. Luis hizo un gesto de resentimiento, siguiendo la broma.
  • “Entonces, usted también se ve mayor de lo que imaginé”

Ambos rieron y luego se sentaron. No había mucho que decir sobre sus habilidades como tal, ya habían conversado lo suficiente por correo electrónico y mensajería instantánea. Incluso hablaron un par de veces por teléfono. Durante la reunión de hoy, sólo conversaron de cómo y cuándo descubrieron sus habilidades cada uno. Y luego se la demostraron al otro.

“Deme su mano” – Le dijo Laura a Luis, quien con gran emoción y a la vez nerviosismo se la dio. “Lo haré muy pero muy suave” – Dijo Laura con una sonrisa y la mirada en los ojos de Luis que estaban concentrados en su mano, esperando. “¡Relájese! A mí me pone más nerviosa”. Luis se relajó un poco, al menos bajaron un poco sus hombros, no estaban tan tensos. Le devolvió la sonrisa a Laura, la miró y retornó su mirada a su mano.

La sonrisa de Luis se borró en menos de un segundo, aunque a él pareció haberlo hecho en cámara lenta y en mucho más tiempo. Miraba a Laura a los ojos, luego su mano, luego nuevamente a Laura.

  • “¡Auu!” – Exclamó Luis y soltó violentamente la mano de Laura. Acababa de ser electrocutado. No sabía qué era más impactante: la sensación en su mano o lo asombroso de la persona frente a él.
  • “Discúlpeme” – Dijo Laura con una sonrisa de pena.
  • “No… no se preocupe. Yo me lo busqué – ja ja – Es… increíble… ¿Es electricidad en serio?”
  • “Creería que sí. Se siente igual y he hecho pruebas… experimentos. Puedo encender focos sólo con tocarlos e incluso recargar baterías muertas”
  • “Asombroso” – después de un silencio para nada incómodo siguió – “Ahora me toca a mí, deme su mano”. Laura extendió su mano. Ahora era ella quien estaba más nerviosa. “Permítame, mejor le doy mi otra mano porque esta casi no la siento” – Dijo Luis con una sonrisa preocupada y luego estrechó la mano de Laura. Laura miró fijamente su mano, las manos de ambos. Espero unos segundos.
  • “No pasó nada” – dijo Laura con una cara de sospecha.
    (Un engaño más)
  • “Mire a su alrededor” – Respondió Luis, con una sonrisa maliciosa.

No había nadie alrededor. Nadie. Ni las demás personas en las mesas, ni los encargados de los comerciales de comida, ni los taxistas. No pasaba ningún vehículo por la calle. Giró su cabeza hacia el banco que estaba un lado de ella, adentro del centro comercial: desértico. Frente al banco una  sucursal de una compañía telefónica… nadie. En vez de asustarse, Laura se sorprendió. Se levantó de la silla, caminó hacia la calle. No había ni un solo vehículo en el tan transitado-durante-días-de-semana Paseo General Escalón, tampoco peatones. Caminó de regreso, en dirección a las mesas, las pasó, abrió la puerta de vidrio del centro comercial y entró. Todo el centro comercial estaba vacío.

  •  “¿Qué pasó?” – preguntó con su mirada por todas y cada una de las tiendas en el centro comercial – “¿Es un sueño?”
  • “Algo así…” – respondió Luis, quien se acercaba a Laura – “Es una ilusión. Estamos dentro de su cabeza y yo creé este mundo en el que estamos. Venga…”. Luis tomó la muñeca de Laura y comenzaron a flotar. Luego el lugar se disolvió y aparecieron en una playa, un lugar nunca visto por nadie más que Luis. Era una playa de arena blanca.

(Se siente tan suave y tan… real)

La suave brisa acariciaba el rostro de Laura quien ahora se acercaba a la orilla del mar, un mar azul, un azul tan vivo que no había podido ver más que en los zafiros más brillantes. El agua estaba tibia. Era de día, quizá como las diez de la mañana. En el cielo había varias capas de nubes que apenas dejaban descubierto un cielo celeste que se degradaba sobre un morado estrellado. “Este es cien por ciento mío” – comentó Luis, orgulloso.

  • “Así conquista a cualquiera” – respondió Laura y luego dio una carcajada.
  • “Que chivo fuera….”. Luis correspondió la carcajada. “Regresemos ya”.

Laura sintió un pequeño mareo y estaban ya de vuelta en Galerías Escalón, el real. La joven pareja de la mesa de la par los estaba viendo fijamente, con preocupación.

“El tiempo que estuvimos allí…” – dijo Luis, mirando la frente de Laura – “… es el tiempo que estuvimos aquí, sostenidos de la mano y quizás con la mirada perdida. Por eso es que cuando la aplico a mis pacientes, realizamos la terapia en mi clínica y recostados en un sofá”.

Laura aún maravillada sólo pudo asentar la cabeza. La plática continúo por unos diez minutos más. Luego se despidieron y cada uno se fue por su camino.

Ahora Luis estaba recostado en su sofá y viendo el cielo falso. Todo había salido bien hoy. Todo le salió bien.

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El Encuentro – 5: Saludos desde El Salvador

Tanto Laura como Luis estaban satisfechos con la reunión que acababan de tener. Se despidieron con una sonrisa y un fuerte apretón de manos para luego irse cada uno por su camino.

Le resultaba difícil a Luis ocultar su sonrisa mientras se dirigía al estacionamiento. Presionó el botón en su llavero y la alarma de su Nissan Sentra 2005 gris oscuro se desactivó. Se subió al vehículo con vidrios polarizados y encendió el motor. Soltó una carcajada. Se vio a sí mismo en el retrovisor, sonrió y sacudió su cabeza. Puso la palanca en reversa y sacó el vehículo de donde estaba parqueado. Unos momentos después, ya había abandonado el centro comercial.

Por su parte, Laura esperaba en la parada de buses. Estaba feliz. Pensaba en cómo llegó este momento. Cómo pudo conocer al fin a alguien… especial como ella. Todo gracias al internet.

Desde que tiene memoria (e internet), Laura siempre había buscado información en internet sobre personas con habilidades especiales. Para su mala suerte, siempre se topó con farsantes, con fanáticos de las tiras cómicas (y sus respectivas películas) o incluso con otro tipo de personas que buscaban víctimas para su degeneración. Hasta que un día en septiembre encontró a Luis.

En un inicio, Laura lo consideraba como un farsante más. Pensaba que era mejor esperar lo peor, así no había tanta desilusión.

“Saludos desde El Salvador”

Cuatro palabras en un comentario sobre un video en internet. Un video de un tipo español que se suponía podía generar calor sólo con pensarlo. En el video mostraba un pocillo con agua, un tipo concentrándose, y luego de un momento, el agua hirviendo de la nada. El video fue demostrado ser una farsa, una lupa y unos cuantos espejos hacían el truco con la ayuda del sol.

(Saludos desde El Salvador)

Laura se abordó el  bus y le dio un billete de un dólar al motorista. Este le dio como cambio ochenta centavos, Laura buscó un asiento y se sentó, seguía pensando. El primer paso fue contactar al autor de ese comentario. Le parecía absurdo que tenía esas esperanzas si ni siquiera mencionaba algo de lo que ella buscaba… simplemente tenía un buen presentimiento. Contactó al autor del comentario. Intercambiaron varios correos electrónicos. En un inicio, ninguno de los dos quiso dar mucha información sobre sí mismos, no era seguro y ellos lo sabían. A pesar que nunca alguien creería sobre sus habilidades, era mejor mantener un perfil bajo, esto lo sabían por puro instinto, nada más que un instinto.

Llegó el día en que se iban a conocer, hoy, hace ya media hora en las mesas ubicadas en la entrada de Galerías Escalón. Un lugar abierto y público, un lugar seguro para ambos. Especialmente para él – pensaba Laura. Ella no tenía nada que perder, sabía defenderse.

Laura jamás le había confesado a alguien sobre sus habilidades más que a la gente del internet, incluyendo al autor del comentario, Luis.

(Saludos desde El Salvador)

Una sonrisa nació en la boca de Laura y su mirada se perdió a través de la ventana del bus.

Lo único que no resultó muy cómodo en la reunión con Luis fue hacer la pequeña demostración de sus habilidades. Por otro lado, a ella le pareció que para Luis fue de lo más normal… incluso lo disfrutaba quizá, de todos modos, él dijo que usaba su habilidad para ayudar a las personas, a sus pacientes.

Laura, sólo había usado su habilidad para defensa propia y tal vez una que otra broma.

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