Quedó extendido sobre el suelo después de ese último golpe.
Miraba el azul del cielo y lo blanco de las nubes, pensando…
pensando si valía la pena volverse a levantar, volver a recibir otro golpe.
Y es que era incierto si recibiría otro porque así es el amor.

Su cabeza no estaba bien

Su cabeza no estaba bien.
Y ella lo sabía.

Veía esa imagen, una y otra vez, en todos lados.
Escuchaba también la voz de esa imagen, hablándole suave, presentándose.

Sus noches eran largas y la madrugadas cortas.
Era desesperante. Tenía que hacer algo al respecto por muy intimidante que fuera.

Se armó entonces de valor e invitó a un café al chico que, al presentarse, le averió la cabeza.

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Desde la buhardilla de su casa

Sostenía una taza con café caliente entre sus ajadas y suaves manos. Eran las cuatro y estaba en su habitual rincón: la tranquila buhardilla de la casa.
El sol le acompañaba ya y le compartía, con sus últimas fuerzas del día, un poco de calor. Esas tardes al final de octubre eran frías.

Entre sorbo y sorbo y a través del cristal, observaba a la gente en las calles. Recordaba cómo era andar con prisas, cómo era andar con el ceño fruncido y cómo era luchar contra los demás por llenar un espacio en el mundo.

Terminó su café como cada día, y, como cada día, comparó las situaciones: cada hora parece eterna cuando no tienes mucho qué hacer, debes vestir siempre una sonrisa para no alejar a los demás y en vez de luchar contra los demás, luchas contra ti mismo, contra tu propio cuerpo para poder llenar un espacio en el mundo.

Él le escribió una canción de amor

Él le escribió una canción de amor.
Hace muchos años ya y, aunque no llegó a la radio, fue un éxito.
Perfecta, hecha a la medida.

Era su primera canción.
A pesar que había escuchado cientos de canciones, nunca había escrito una.
Le puso tanto empeño y tanto cuidado.

Cada línea encajaba perfectamente en cuatro acordes y cada rima era una rima consonante; lo común para todo compositor novato. De nuevo, era su primera canción y, de nuevo, a pesar de esto, seguía siendo perfecta.

Él se sentía feliz por poder formar, moldear, crear algo para ella.
Ella sentía bien el poder inspirarlo, motivarlo y revelar su compositor interior.

Él le escribió otra canción de amor.
Esa vez, involucró a la Luna, a las estrellas y al futuro. Un futuro incierto pero anhelado, soñado.
Y aunque tampoco llegó a la radio (como todas las canciones que ha escrito hasta ahora), lo hizo merecedor de otro Disco de Oro… en su corazón.

Entonces, comenzó a escribir otro tipo de canciones.
Algunas eran historias inventadas y otras era historias distorsionadas; sobre otras personas y sobre otros sentimientos.

Había comenzado a escribir sobre él; también, había comenzado a escribir para él.

Junto a las canciones que escribía para el mundo, seguían naciendo las canciones de amor para ella.
A veces, él pescaba alguna chispa, una idea en medio de la rutina entre la semana y la convertía en una melodía durante el fin de semana. Ya se atrevía a experimentar un poco más con las rimas y los tiempos. Contaba con unos cuántos acordes más en su catálogo y se había expuesto a otros estilos musicales.
Algunas cosas habían cambiado.

Las canciones dejaron de madurar.
Las ideas seguían llegando y las melodías inéditas sonando en su cabeza.
Pero terminaban plasmadas, en silencio, en trozos de papel o en la pantalla de una computadora.

Él se pensó que, quizá, las canciones tenían en ese entonces más intelecto que emociones.
¿O fue quizá que tantas canciones la aburrieron?
¿Y si se repetía demasiado en sus propias canciones? (Como lo hacen los compositores novatos)

Él le escribió una carta de desamor.
Años después. Años después de haberle escrito aquella hermosa canción. Esa canción que, en su momento, fue perfecta. Esa canción que, a pesar de habérsela cantado a ella no más de dos veces con la guitarra entre sus manos, conoce perfectamente. La letra, los acordes, el tempo, cada detalle. Esa canción que, al igual que todas las canciones que escribió por ella, recita en su mente de vez en cuando porque son del tipo de canciones que quedan pegadas en las paredes de la cabeza (y a veces del corazón).
Esas canciones que ahora ella odia.

Él se pregunta, ¿A dónde van a parar esas canciones?
¿A dónde van a parar cuando ya no significan nada para su destinatario?
O, en todo caso, ¿A dónde van a parar cuando otra canción las opacó?

Él sigue escribiendo canciones, a veces.
Algunas de ellas, en forma de historia y en verso libre, como esta.
Cambiando un detalle por aquí y otro por allá, para que algunas cosas queden íntimos entre ellos y, por qué no decirlo, para cautivar al lector.

Se encontraron

Se encontraron, por ahí, sin buscarse.
Tal vez fue un bien elaborado plan
del universo o quizá alguien más…
o tal vez fue por pura casualidad.

Nació así un nuevo día para los dos;
un pentagrama en blanco donde escribir
cualquier melodía que pudieran crear,
juntando la teoría y el corazón.

Y es que ese encuentro, inesperado,
les sorprendió tanto a ambos porque
llenó vacíos y les dio motivos
de sentirse, con la vida, agradecidos.


Esta es la historia del día 26 de #The100DayProject y mis #100HistoriasCortas.