Sus días iniciaban con el deseo
de ella, poderle ver y con suerte, oír.
Sus noches se desvanecían entre
recuerdos y futuros inventados.
Sus ojos, siempre clavados en ella,
y eran los de ella los únicos que
podían detener esa fijación
e inquietar, así, a su espectador.
Su corazón solo pensaba en ella
y su mente solo la amaba a ella.
Y si ella lo notara, alguna vez,
tal vez serviría de algo tal ilusión.