Reflejo

Su nuevo día iba bastante bien hasta que sus ojos, como los de cualquiera, fueron encantados, atraídos por esa ventana. Seducidos por ese cristal en la pared.

Se acercó a él y su expresión cambió al ver cada detalle. Sus ojos recorrían centímetro a centímetro —y si fueran los de antes, lo harían milímetro a milímetro— el contorno de su rostro: desde el más alto de sus cabellos hasta sus ceñidos labios, donde una sonrisa acaba de fallecer.

«¿Qué me has hecho?» acusó al cuadro frente a él.

Su mirada siguió las grietas bajo su boca, en sus mejillas, a los lados de su nariz y, en especial, esas que parecen florecer en las esquinas de sus ojos. Por inercia, esos ojos oscuros se encontraron con sus dobles frente a ellos y a pesar de todo lo que sus labios y  esas hendiduras expresaban, ellos decían algo más.

En ellos encontró un brillante orgullo que solo él entendía, la respuesta a esa pregunta y la resurrección de su sonrisa.

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Y ella, cada noche tan ansiosa, tan adicta a esos besos.
Besos que hacía meses no sabían igual. Besos que, bien al fondo, sabían a alguien más. Pero que, a pesar de esto, la conformaban a diario. Besos que, cada vez que entraban en ella, la ilusionan con regresar a su sabor original.