«No tengo un nombre específico. Me podés llamar como querás e incluso puedo cambiar mi apariencia al gusto,» me dice y sonríe. «Y sí. Puedo escuchar, o leer como la gente le dice, tu pensamiento.»
«Bueno. Te llamaré Ángel.»
Ya te dije que podemos comunicarnos telepáticamente. Y vaya, está bien. Recuerdo cuando te regalaron un gato y le pusiste Gato de nombre.
Ambos reímos. Ya ni me acordaba de mi gato angora.
Todas las posibilidades han pasado ya por mi cabeza: Que estoy soñando, que estoy drogado por tanto medicamento, que después de este segundo accidente haya quedado en coma y todo esto está solamente dentro de mi cabeza o incluso esto último pero del primer accidente, lo cual daría un poco de sentido a la ironía de repetir el mismísimo accidente.
Una a una, las preguntas van haciendo fila desde mi cabeza hasta mi boca. Quisiera ametrallarle con cada una de ellas. Pero prefiero jugar sereno. Intento hablar con él telepáticamente como él le acaba de llamar.
Me cuesta digerir la idea de hablar así con alguien. Puta, si me cuesta la idea de estar hablando con mi ángel de la guarda…
¿En serio? ¿Te vas a poner a probarme la moral o lo que sea que querés medir? He estado con vos casi toda tu vida. Sé lo que decís, lo que hacés y hasta lo que sentís. Ahora no me va a molestar una palabra soez. Y no. Yo no las voy a decir. ¿Por qué? Por respeto, no porque realmente sea alguna especie de pecado. Las malas palabras son un invento de ustedes y por ende, la maldad en ellas es relativa.
Mi cerebro trabaja en segundo plano como una computadora, esforzándose en procesar esta situación sobrenatural —¿religiosa?— En primer plano, estoy disfrutando esto. La verdad es fácil hablar con este supuesto ángel de la guarda. En especial así, telepáticamente.
¿Por qué esta apariencia? pregunto. Trato de ir en orden con las preguntas. Pero no me contesta. Se queda pensando unos instantes.
Vas a descubrir la respuesta a esa pregunta en tres días. Por la noche. Por cierto, la canción se llamaba When I Find Love Again. La canción cuyo nombre no alcancé a leer en este segundo accidente. Esto podría descartar la idea que esté imaginando todo esto, pues mi subconsciente no tendría forma de saber el nombre de la canción… a menos que ya hubiera leído el nombre de la canción en otra ocasión. Esto es real, Jonathan, me dice con seriedad y continúa, Vamos a seguir hablando más tarde, ahorita descansá para que sigás recuperándote.
«Solo una pregunta más,» trato de devolverle la seriedad. Me mira fijamente y se queda pensando nuevamente. No estoy seguro si es frustración o tristeza la que arruga el espacio entre sus ojos.
«También vas a saberlo en tres días. Por la noche.»
(¿Por qué te has revelado a mí y ahora?) Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo VII»