Si yo no fuera reservado —prudente—, estaría carcajeándome… riéndome en la cara del tipo. La abertura de mis ojos delata la explosiva risa que he atrapado entre mis labios, los cuales están en plena lucha por saber cuál de los dos es el más fuerte.
«¿Mi ángel de la guarda?» Pregunto mientras muevo mi cabeza de lado a lado. Ahora solo tengo una llana sonrisa llena incredulidad —y quizá de decepción—. Él solo me mira fijamente y arquea su boca en una sonrisa tonta. Asienta la cabeza una vez y se marcha de la habitación.
Me quedo con la mirada en la puerta por unos instantes y luego pestañeo rápidamente mi vista hacia la realidad. Cuán absurdo. No sé si debería hablar con las enfermeras o el doctor al respecto. La voz del comentarista de ESPN ya me parece molesta y, con enojo entre mis dedos, apago el televisor desde el control remoto. Un vistazo más a mi teléfono y recuerdo nuevamente que la batería sigue a punto de morir. Aparto al teléfono de mi vista y de mi alcance. ¿Era alguna de broma? ¿De quién? Me acomodo en la cama para dormir un poco. Los relajantes musculares y yo no somos los mejores amigos. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo VI»