Ángel de la Guarda. Capítulo VII

«No tengo un nombre específico. Me podés llamar como querás e incluso puedo cambiar mi apariencia al gusto,» me dice y sonríe. «Y sí. Puedo escuchar, o leer como la gente le dice, tu pensamiento.»

«Bueno. Te llamaré Ángel.»

Ya te dije que podemos comunicarnos telepáticamente. Y vaya, está bien. Recuerdo cuando te regalaron un gato y le pusiste Gato de nombre.

Ambos reímos. Ya ni me acordaba de mi gato angora.

Todas las posibilidades han pasado ya por mi cabeza: Que estoy soñando, que estoy drogado por tanto medicamento, que después de este segundo accidente haya quedado en coma y todo esto está solamente dentro de mi cabeza o incluso esto último pero del primer accidente, lo cual daría un poco de sentido a la ironía de repetir el mismísimo accidente.

Una a una, las preguntas van haciendo fila desde mi cabeza hasta mi boca. Quisiera ametrallarle con cada una de ellas. Pero prefiero jugar sereno. Intento hablar con él telepáticamente como él le acaba de llamar.

Me cuesta digerir la idea de hablar así con alguien. Puta, si me cuesta la idea de estar hablando con mi ángel de la guarda…

¿En serio? ¿Te vas a poner a probarme la moral o lo que sea que querés medir? He estado con vos casi toda tu vida. Sé lo que decís, lo que hacés y hasta lo que sentís. Ahora no me va a molestar una palabra soez. Y no. Yo no las voy a decir. ¿Por qué? Por respeto, no porque realmente sea alguna especie de pecado. Las malas palabras son un invento de ustedes y por ende, la maldad en ellas es relativa.

Mi cerebro trabaja en segundo plano como una computadora, esforzándose en procesar esta situación sobrenatural —¿religiosa?— En primer plano, estoy disfrutando esto. La verdad es fácil hablar con este supuesto ángel de la guarda. En especial así, telepáticamente.

¿Por qué esta apariencia? pregunto. Trato de ir en orden con las preguntas. Pero no me contesta. Se queda pensando unos instantes.

Vas a descubrir la respuesta a esa pregunta en tres días. Por la noche. Por cierto, la canción se llamaba When I Find Love Again. La canción cuyo nombre no alcancé a leer en este segundo accidente. Esto podría descartar la idea que esté imaginando todo esto, pues mi subconsciente no tendría forma de saber el nombre de la canción… a menos que ya hubiera leído el nombre de la canción en otra ocasión. Esto es real, Jonathan, me dice con seriedad y continúa, Vamos a seguir hablando más tarde, ahorita descansá para que sigás recuperándote.

«Solo una pregunta más,» trato de devolverle la seriedad. Me mira fijamente y se queda pensando nuevamente. No estoy seguro si es frustración o tristeza la que arruga el espacio entre sus ojos.

«También vas a saberlo en tres días. Por la noche.»

(¿Por qué te has revelado a mí y ahora?) Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo VII»

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Náufrago (La Excusa)

Su mano, sucia y deformada por tantas cicatrices, alza débilmente la cantimplora y la agita. Se ha quedado sin agua. Dentro de sí, se ha quedado sin esperanza.

Por una vez, no le molesta el alejarse de la playa para ir por agua dulce. Levanta la vista y suspira hacia su diario visitante, el sol, mientras trata de recordar. Las palabras meses, semanas, años y horas significan algo. Cada rostro que ve en su cabeza pertenece a alguien. Pero solo está seguro de uno, de ese que jamás podría olvidar.

Un barco a lo lejos le saca de su inútil ejercicio mental. Su sonrisa resucita y revela una incompleta y muy maltratada dentadura. Lágrimas son expulsadas de sus ojos mientras cojea hacia la orilla. Pero, ¿Qué dirá? ¿Cuál será su excusa para haberse subido al barco que le dejó naufragando?

Entonces, retrocede lentamente mientras el barco continúa su rumbo.

Ángel de la Guarda. Capítulo VI

Si yo no fuera reservado —prudente—, estaría carcajeándome… riéndome en la cara del tipo. La abertura de mis ojos delata la explosiva risa que he atrapado entre mis labios, los cuales están en plena lucha por saber cuál de los dos es el más fuerte.

«¿Mi ángel de la guarda?» Pregunto mientras muevo mi cabeza de lado a lado. Ahora solo tengo una llana sonrisa llena incredulidad —y quizá de decepción—. Él solo me mira fijamente y arquea su boca en una sonrisa tonta. Asienta la cabeza una vez y se marcha de la habitación.

Me quedo con la mirada en la puerta por unos instantes y luego pestañeo rápidamente mi vista hacia la realidad. Cuán absurdo. No sé si debería hablar con las enfermeras o el doctor al respecto. La voz del comentarista de ESPN ya me parece molesta y, con enojo entre mis dedos, apago el televisor desde el control remoto. Un vistazo más a mi teléfono y recuerdo nuevamente que la batería sigue a punto de morir. Aparto al teléfono de mi vista y de mi alcance. ¿Era alguna de broma? ¿De quién? Me acomodo en la cama para dormir un poco. Los relajantes musculares y yo no somos los mejores amigos. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo VI»

Como hoy

Quisiera detener el hoy un poco más.
Si no es mucho pedir, volverlo a vivir.

Alguien me susurró hace tiempo ya:
Las personas vienen y van. Como hoy.
Y a pesar de los cientos de rostros,
no hay por qué perderse en el rumbo.

No es frialdad el consejo aquí.
Sino apreciar y abrazar cada
uno de estos cuerpos extraños.
Y sus bellas composiciones dentro.

Como hoy. En la simpleza del cierre
de este ciclo enroscado ya,
abrí las ventanas de par en par
y dejé entrar la curiosidad.

Pistas descubrí en este camino.
Sin poder interpretar una sola,
las  seguí una a una, y formé
un nudo ciego de este recorrido.

En cada paso y en cada cruce,
mi emoción unió, desde su base,
mis orejas. Y comencé a flotar.
Volé en espiral hacia el centro.

Recordé y reconocí a tantos.
Y me alegré y me entristecí.
Y mejor desvié la mirada
hacia lo aprendido y lo olvidado.

Pasmado fácilmente, como siempre,
deseo absorber y retener.
Quiero detenerle solo un poco más.