Ángel de la Guarda. Capítulo V

La voz de una enfermera me regresa de poco en poco a la realidad; como cuando estás totalmente sumergido en una piscina y salís a la superficie. Todas esas reverberaciones acuáticas quedan ahogadas en los sonidos de la superficie. Todos esos sonidos de los sueños quedan cortados en algún lugar de nuestra cabeza, hermetizados en el subconsciente y enterrados bajo los sonidos de la realidad. Siendo mi realidad, la hora de las medicinas.

Dos pastillas y un vasito con agua. Con una gran mueca en mi rostro, me trago las pastillas y le digo a la enfermera que le agradecería si me llenara nuevamente el vaso con agua. Me tomo el segundo vaso con agua y la enfermera, quizá al ver mi rostro, me ofrece un tercer vaso con agua. Mientras lo tomo, ella sale de la habitación. El reloj de la pared me indica que son las diez y veinticuatro.

La adicción a las redes sociales me llama y me lleva a buscar mi teléfono en la mesa de la izquierda. El dolor despierta nuevamente en mi hombro y brazo derecho; esta vez, no entra enfermera alguna para asistirme. Paso al plan B, utilizar la mano izquierda. El problema con este plan está en la posición que tendría colocar mi brazo y en lo inútil que sé que soy con esta mano.

Lo dejaste a un lado. No lo volviste a meter.

Giro mi cabeza a la puerta de la habitación pero no veo a nadie. Pasan cuatro o cinco segundos infinitos y yo espero a que aparezca alguien, quien haya dicho eso. Mi mente me dice que alguien me está tomando el pelo. Para este entonces, ya siento a mi propio corazón latiendo con fuerza en mis oídos. Pestañeo varias veces y la pregunta si hay alguien ahí se queda a solo unos centímetros de mis sellados labios. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo V»

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