Ángel de la Guarda. Capítulo II

Para mi suerte, mi mente se distrae con facilidad. Para mi mala suerte, también se aburre con facilidad si se trata de esperar. Esta es una de las ocasiones donde te das cuenta que revisas muy seguido el teléfono para consultar la hora, revisar Facebook o Twitter y hasta el correo electrónico… aunque no tengás notificación alguna. Siempre me digo a mi mismo que debo descargar algún buen juego para el celular o por lo menos alguno entretenido, pero nunca lo termino haciendo. Qué pereza.

Después de unos quince minutos —según mi reloj biológico—, comienzan a salir las parejas de compañeros. Dos parejas para ser exactos. Los observo e inconscientemente hago mis predicciones sobre cómo les fue en el parcial; al mismo tiempo, en otro rincón de mi cabeza, comienza a formarse el presentimiento que pequeñas pláticas incómodas se aproximan. Preparo entones la respuesta adecuada a la pregunta que sé que me harán, de tal forma, que no les dé mucho espacio de extender la conversación.

No es que sea —del todo— antisocial. Pero sé cómo es la gente. Sé que si les digo que el examen estaba fácil, me tildarán de arrogante y/o de facilitador de buenas notas, en otras palabras, me buscarán por el resto del ciclo para pedirme copia, trabajar en “equipo” y hacer todo juntos. Esto, yo lo traduzco a regalarles las notas y amargarme (¿más?) en el proceso. ¿Arrogante? Un poco. Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo II»

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Ángel de la Guarda. Capítulo I

No sé si les ha pasado. Están medio despiertos y escuchan todo alrededor: el sonido de los pájaros, el motor de un carro pasando a lo lejos y, con mala suerte, un vecino escuchando rancheras a buena mañana. Pueden sentir la suavidad de su cama y la calidez de la sábana que les envuelve, convirtiéndonos en un burrito, muy pero muy mal amarrado. Incluso con los ojos cerrados, es posible ver ese tenue y tranquilo color del día… ni tan temprano ni tan tarde.

Todo va bien hasta que escucho la alerta de mensaje de mi teléfono. Ahora todo está lleno de inquietud. Todo es molesto. Hay cualquier cosa alrededor menos tranquilidad. Solo al pendejo de Jonathan se le ocurre meter clases los domingos a las seis y veinte de la mañana. De un brinco, salgo de la cama y casi tropiezo con la sábana enredada ya en mis pies. Busco el teléfono en la mesa del televisor, donde lo suelo dejar y… no, no está ahí.

Reviso todas las babosadas tiradas en el cuarto. Anoche específicamente tenía que venir y meterme de una vez a la cama. Y es que suelo ser bien ordenado —tengo un amigo, Roberto, que dice que soy así de ordenado porque soy zurdo—, pero anoche se me tuvo que ocurrir no dejar nada listo; como que si no tengo parcial en… ¿donde estás teléfono?… ni sé en cuánto tiempo.  Sigue leyendo «Ángel de la Guarda. Capítulo I»

La magia de la música

A todos muchos nos gusta la música.

Nos gusta la música para relajarnos. Porque sabemos que a pesar de todo el caos que puede haber ahí afuera, podemos encontrar esa calma, orden y paz en la música. Como si pudiéramos controlarla, sabemos cómo va a terminar una canción. Incluso si no sepamos ni pepa de teoría musical, inconscientemente estamos ahí disfrutando de cada arreglo, de cada acorde, de cada silencio a través de toda su estructura. Su composición armoniosa que nos llena de tranquilidad. Sigue leyendo «La magia de la música»

Diario del introvertido #503653 de este día

Hoy mientras me disponía a ordenar una pila de libros y cuadernos viejos que tenía apilados en una esquina de mi estudio, encontré en medio de todo ese relajo un cuaderno con portada blanca con negro, cosido y no engrapado. Una sola palabra sobre la portada: poemas.

Inmediatamente, me llegó un telegrama del pasado con remitente yo mismo. Ahh mis viejos poemas. Encendí mi computadora, creé una carpeta nueva y luego, de uno en uno, varios documentos de texto; transcritos en ellos, mis poemas.

Se me pasó la tarde entre sonrisas, incertidumbre, asombro y decepción. Habían poemas, o al menos SEUDO poemas desde dos meses hasta de varios años de antigüedad. Habían muchos que no me daban el más mínimo indicio de cuál había fumado ese día. Habían otros que me llevaban a paraísos y lugares mágicos a la velocidad de la luz, llegando incluso a hacerme dudar que hayan salido de esta pequeña mente y más aun cuando habían sido creados hace años ya. Habían otros, a medias quizá que simplemente no aterrizaban en nada… bosquejos quizá.

Había de todo un poco. Algunos, cambiaron su destino original del disco duro de la computadora — eventualmente la nube — y se ganaron un boleto en primera clase a la papelera, en la esquina opuesta a su rincón original, quedando solamente en recuerdos de ellos en la zona muerta de mi cerebro. Buenos o malos, eran son todos míos, mis poemas.

Y a pesar que hoy en día con el día a día, difícilmente encuentro espacio para escribir (melos ?) y más bien paso imaginándolos y explicándolos en mi cabeza en cada oportunidad que tengo, me he propuesto como cada vez, escribir más seguido. Porque ese telegrama del yo del pasado (gracias por cierto, yo del pasado), me recordó que al menos, a mi propio juicio y quizá un tanto subjetivo, soy buen en ello. Por una vez, dejando la arrogancia y los aires de grandeza, puedo decir que soy bueno en ello.

Y si alguien dijo una vez “Es mejor escribir para uno mismo y no encontrar público, que escribir para el público y no encontrarse uno mismo” pues me quedo aquí.