Recuerdo – 6: Interrogatorio

Carlos ayudó a Diego a entrar a su casa, se miraba bastante mal.

Esa misma mañana, después de pasar dejando los periódicos a Carlos, los agentes de La Sociedad dejaron inconsciente a Diego con un dardo. Diego despertó en una celda una hora después. No pasaron ni dos minutos desde que despertó hasta que llegaron otros dos agentes más, siempre bien vestidos de saco negro, y lo llevaron a un cuarto.

Le dijeron a Diego que tomara asiento. El cuarto era exactamente como cualquier cuarto de película, de esos donde los policías interrogan a los sospechosos: paredes con grandes espejos sobre ellas, una mesa lisa al centro y unas cuantas sillas; esto en un cuarto acogedor y con una sola fuente de luz sobre la mesa.

Mientras Diego esperaba a quien fuera que llegaría al cuarto, sintió un pequeño dolor en su brazo derecho. Le habían sacado sangre. Conocía perfectamente el dolor pues de vez en cuando iba a donar sangre a la Cruz Roja y siempre era el brazo derecho donde mejor se podía apreciar la vena. Después de unos quince minutos y con un poco de impaciencia, recibió al agente que lo interrogaría.

  • “¿Quiénes son?” – preguntó el agente con bigote y barba de candado, unos cuarenta años y canas plateadas; no blancas sino plateadas.
  • “¿Quiénes son….?” – preguntó Diego con cara de confusión.
  • “Ustedes. Se reúnen al menos una vez al mes. Sus reuniones duran exactamente cinco horas. Cambian el lugar de la reunión. Hablan aparentemente cosas normales, como si fueran simples reuniones de amigos– ”
  • “Esperate un momento. ¿Me tienen prisionero e interrogando sólo porque nos reunimos de vez en cuando a charlar?” – preguntó Diego con una cara entre confundido y decepcionado. El agente sonrió con una esquina de su boca, la cual se escondió bajo el grueso bigote sobre ella.
  • “No consideramos normal a un grupo de amigos  de más de cincuenta personas, que se reúne de esta forma tan precisa y de forma tan clandestina”. Un silencio llenó cada rincón del cuarto. Era tal el silencio que se podía escuchar el suave y leve zumbido del foco sobre la mesa. “Te voy a preguntar otra vez Diego, contéstame ¿quiénes son?”
  • “Somos sólo amigos que detestamos la rutina y–”
  • “Son alrededor de cuarenta hombre y unas treinta mujeres. Algunos niños también. No nos explicamos qué hacen niños despiertos entre las nueve de la noche y las dos de la mañana.”
  • “Mirá. No me han dicho quiénes son USTEDES. Ni por qué me tienen aquí y ni siquiera me están acusando de algo más que reunirnos con nuestros amigos”. El agente se levantó de la silla y se apoyó en el muro atrás de él.
  • “No nos preocupa que sean pandillas o crimen organizado ni nada ordinario. Sabemos que hay algo especial en ustedes…” – El agente siguió hablando pero Diego no le pudo prestar atención. Por unos momentos entró en pánico. ¿Cómo lo sabían? ¿Qué tanto sabían? – “Así que mejor comenzó a hablar”
  • “No… no sé de qué hablás…” – respondió Diego, titubeando y sin poder improvisar algo más. Él no se hubiera imaginado que para esto era su captura. Se imaginó todo tipo de cosas cuando se lo llevaron en la mañana desde la distribuidora de periódicos y en el camión repartidor, menos que era para averiguar sobre La Gran Familia. Otro agente entró en ese momento a la habitación, con una carpeta en una mano y un pequeño maletín en la otra. Entregó el sobre al primer agente y puso el maletín sobre la mesa. Mientras el primer agente leía lo que estaba en la carpeta, el otro preparaba una inyección con lo que traía en el maletín. No tendría caso resistirse, Diego extendió el brazo y recibió la inyección.
  • “No sos un favorecido” – dijo el primer agente tras su barba y bigote. El candado del agente era llamativo, especialmente cuando uno estaba drogado como lo estaba Diego en esos momentos – “Lo que te acaban de inyectar es como un suero de la verdad” – el agente dio una carcajada y dirigió su mirada al otro agente quien estaba guardando las cosas en su maletín – “Ya ves que suena gracioso al decirlo así” – el otro agente sólo sonrió, movió su cabeza y salió de la habitación.
  • “Y… y… ¿para qué me la inyectaron?” – preguntó Diego, un poco mareado. Todo su cuerpo se sentía tan liviano, en especial su cabeza.
  • “Queremos la verdad… pero… no sos un favorecido. No tiene sentido. Decime ¿qué tienen de especial las reuniones a las que asistís con tus amigos?”
  • “Mmm” – Diego trataba de resistirse pero le costaba – “Nada. No tiene nada de especial”.

El agente esperó unos minutos más antes de continuar, para que el suero tuviera su efecto. No obtuvo nada. Lo único que Diego le repetía era que sólo se reunía con los amigos de su mejor amigo de toda la vida y casi padre. El agente se sintió frustrado ya que Diego había sido al único que lograron perseguir y capturar con éxito la noche anterior. Diego no representaba mayor amenaza por lo que no lo podía retener por mucho tiempo; de lo contrario, entraría en problemas con sus superiores, tal y como los había tenido recientemente.

El nombre de este agente, el agente de la barba y bigote en forma de candado era Gustavo Pérez, mejor conocido como El Viejo.

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Recuerdo 5 – Recuerdos

El día del cumpleaños de Diego, decidieron ir no hacer nada más que relajarse y descansar en la casa de Carlos. Compraron un par de películas pirata de dólar, dentro de las cuales estaba el Efecto Mariposa.

“Eso es mentira” – dijo Carlos cuando, en la película, explicaron que la mente no podía retener tanta información, tantos recuerdos sin verse afectada. Diego lo miró fijamente, al notar que Carlos hablaba en serio, le creyó. Le tenía inmenso respeto, no sólo por la ayuda que le había brindado todos esos años sino porque Carlos leía bastante y sabía bastante de muchas cosas.

Carlos detuvo la película y comenzó a contarle, la versión sumamente corta de su secreto.

***

Los recuerdos más antiguos que Carlos tiene son de nieve. Nieve y mucho frío, pocos lugares donde refugiarse ¿habrán sido dos o tres eras glaciales? No recuerda ya pero sus ancestros sí, quizá su hermano mayor también. Carlos ha estado literalmente por todo el mundo. Desde pequeño, mientras él y toda su familia, La Gran Familia, buscaban sobrevivir. De esos (miles) años no tiene mucho que contar. Prácticamente su infancia y adolescencia la pasó en nieve y de lugar en lugar, buscando siempre el más cálido.

En cuanto a la era postglacial, lo que sería nuestra época, desde hace unos diez mil años (según la historia y Carlos mismo) sí puede contar muchas cosas. Dentro de las más relevantes que le contó a Diego ese día, están de cuando vivía en Europa para el tiempo que se “descubrió” América. Obviamente, Carlos y La Gran Familia ya la conocían, quizá con otro nombre. Para esa época, él ya debía moverse, mudarse, irse lejos de donde lo conocieran ya que comenzarían a preguntarse por qué no envejece.

Al igual que el lector de esta historia, Diego se llenaba de una gran cantidad de preguntas e interrumpía a Carlos. Trataré de ir parte por parte y luego responderé a las preguntas que Diego hizo ese día, incluso me extenderé en la siguiente(s) parte(s) de la historia para tratar de responder todas las posibles.

Antes que Cristóbal Colón, los chinos o cualquier otro viajero registrado en la historia, muchos expedicionarios desconocidos habían viajado a América. La gran mayoría prefirió quedarse allí en vez de regresar. Nadie sabía esto más que La Gran Familia. En cierta forma, Carlos esperaba que no ocurriera esta vez, con Cristóbal Colón. Y así fue. Es por ello que en el tercer viaje, Carlos se unió a los marineros que viajaron hacia América y desde entonces se quedó en este lado del planeta.

La historia misma les ha enseñado ciertas cosas sobre la humanidad a los miembros de La Gran Familia por lo que Carlos se alejó lo más que pudo de los demás del viejo mundo. Sabía que no le convenía. Es por ello que se mantuvo más cerca de los del nuevo mundo que de los del viejo mundo. Pasaron todas las etapas del nuevo mundo y él no se involucró en ninguna. No debía, no podía. Nadie de su familia podía ser personaje importante en la historia y es por lo que explicaré a continuación.

Como mencioné antes, Diego le interrumpía a cada momento a Carlos. Una de las preguntas más importantes fue el por qué de su constante mudanza de lugar en lugar, de país en país. La razón es porque la gente de alrededor: vecinos, amigos, compañeros de trabajo comienzan a notar que no envejecen. Se preguntan por qué y esto no conviene para mantener a salvo el gran secreto y a La Gran Familia. El tiempo promedio es de cincuenta años. Ahora en día, gracias a los tintes de cabello, puede ser más. A diferencia de la mayoría de personas, Carlos y su familia se tiñen el pelo para mostrar canas en lugar de esconderlas. Si participaran en la historia, tendrían muchos más ojos sobre ellos así como más riesgo de algún atentado de cualquier tipo.

Así es como llegó a El Salvador, un par de días después de su independencia. Antes de ello, vivía en Estados Unidos, recuerda haber regresado con José Matías Delgado, quien al regreso se notaba decepcionado y a la vez preocupado.

Ha estado en cada momento de la historia del país desde ese entonces, de igual forma, sólo como un espectador. Jamás ha estado con un bando ni con otro en ninguno de los eventos. Desde las revoluciones indígenas hasta la guerra civil. En esta última, sí estuvo un poco involucrado pero no directamente y por esto mismo, casi es desterrado y expulsado del país por los demás miembros de La Gran Familia que viven o vivían en ese entonces en el país.

La Gran Familia tiene una serie de normas que sirven específicamente para protegerse a sí mismos.

Recuerdo 4 – Cómo se conocieron

El Parque San José es uno de los primeros parques que tuvo la ciudad de San Salvador, y desde donde se iniciaban los caminos que llevaban hacia Ciudad Delgado y Soyapango, hoy municipios muy populosos; un verdadero símbolo histórico de la capital en donde un día estuvo imponente la estatua de José Matías Delgado.

Hacía unos quince años, Diego tenía ocho años. Por esas cosas de la vida (el azar de la vida como le llama Carlos) Diego perdió a su madre, quien luchó fuertemente contra los escasos recursos que le rodeaban. Un día llovioso, Diego, quien vivía en las calles después de perder a su madre, llegó a refugiarse a un kiosco de libros en el Parque San José. El dueño del kiosco, Carlos, lo recibió dulcemente con una sonrisa. No sólo le ofreció protección de la lluvia sino también algo de comer.

Después de comer y aprovechando la eternidad de la lluvia de ese día, el pequeño Diego comenzó a curiosear los libros infantiles que tenía Carlos en su kiosco. Diego iba a primer grado cuando su madre murió y no lo pudo terminar. Le costaba leer un poco. Carlos con gran paciencia y ternura le dio algunos pequeños consejos.

Junto con la tarde, la lluvia se fue apagando. Mientras Carlos se preparaba para cerrar el kiosco e irse para su casa, Diego le agradeció por todo y se fue corriendo. Carlos lo invitó a regresar a leer cuando quisiera. Mientras el niño se perdía entre todas las personas que salían de sus trabajos, la señora del cafetín de la par le dijo a Carlos que para qué le ayudaba al niño ese, que de seguro era un huelepega. Carlos le dijo que no, que era un buen niño.

De menos a más fue la consistencia con la que llegaba Diego al kiosco. A mediados de ese año, Carlos llevó a la escuela a Diego, quien con ayuda de Carlos y la de todos sus libros, iba un poco más avanzado que el resto de niños de segundo grado. Diego dormía en una iglesia cerca del centro de San Salvador, pero comía y se mantenía siempre con Carlos. Una vez cumplió los dieciocho años de edad, Diego decidió comenzar a trabajar. Carlos se opuso pues preferiría que sacara un título universitario pero Diego le insistió y le prometió sacar un título universitario pero más adelante, que primero necesitaba comenzar a ganarse la vida. Carlos, le consiguió un empleo con un amigo en La Prensa Gráfica, como repartidor de periódicos. Un par de meses después, Diego dejó la iglesia que siempre fue su hogar y se fue a vivir a un acogedor apartamento relativamente cerca de la casa de Carlos.

Hace dos años, el día del cumpleaños de Diego, Carlos le contó su pequeño gran secreto. Diego es de los pocos, fuera de La Gran Familia, que lo saben ya que no es algo que se le cuenta a cualquiera.

El Encuentro – 14: Nueva Administración

Una vez inconsciente Luis, los uniformados tomaron una posición más relajada, guardaron sus armas y se acercaron a Álvaro y Laura. Al mismo tiempo, entraban otras tres personas a la habitación: Gaby y dos sujetos, pero no eran sujetos cualquiera, eran los sujetos que estaban en el carro afuera de la casa de Gaby y Álvaro, los mismo sujetos con los que Álvaro había estado soñando estos últimos meses.

Uno de los sujetos les dijo a Laura y a Álvaro que se tranquilizaran que estaban a salvo mientras que un uniformado liberó a Laura de sus ataduras y otro se encargó de Álvaro quien, una vez liberado, corrió y abrazó a Gaby. No le importaba nada más en ese momento, no le importaba si su pesadilla estaba ocurriendo o no. Lo único que le importaba era estar con Gaby en ese preciso momento.

  • “Buenas noches. Pertenecemos a una sociedad un tanto especial” – dijo uno de los dos tipos del auto, quien vestía un traje color negro perfecto – “llamada la Sociedad de Refuerzo para la Fuerza Armada. Quizá nunca han oído de ella”
  • “Sí sabemos, este tipo, Luis, nos habló sobre ella…” – interrumpió Álvaro, quien aún tenía sus brazos alrededor de Gaby, muy apretados.
  • “Entonces venimos un poco tarde” – continuó el tipo del traje – “Sólo me queda aclarar algunas cosas. No puedo entrar en mucho detalle pero les puedo decir que tenemos nueva administración” – el tipo sonrió un poco, quizá esperaba una sonrisa de vuelta pero no la obtuvo – “con esto quiero decirles que no estamos eliminando o como lo quieran llamar a los que desertan o similitudes. Ahora en día, sólo tratamos de asegurarnos que ustedes, los favorecidos, no se aprovechen de esto que comenzó, por razones que quizá no eran las mejores, hace ya muchos años. Por eso estamos aquí. Realmente, a estas alturas, después de tantos y tantos años, es muy difícil seguirle el rastro a todos ustedes, no siempre podemos evitar que sucedan cosas pero hoy llegamos, digamos, a tiempo”

A Álvaro le costaba un poco digerir esto, pero él sabía en el fondo que no era por otra razón más que su temor, creado por sus pesadillas de estos meses. Gaby no comprendía mucho lo de la sociedad. Álvaro le dijo que después le explicaría; mientras tanto, el agente de la Sociedad continuó explicándoles sobre cómo habían descubierto los planes de Luis y cómo habían dado con él: gracias al internet y todos los correos electrónicos que mandaba y recibía y las búsquedas que constantemente realizaba sobre habilidades especiales. A pesar del gran número de favorecidos, la Sociedad trataba de mantener los ojos bien abiertos ante cualquier fenómeno de este tipo de habilidades, y eso iba desde las actividades diarias de los salvadoreños, que la Sociedad pueda controlar, hasta las noticias más raras que se publiquen en los medios de comunicación nacionales.

Los uniformados se llevaron a Luis. A Álvaro no pareció importarle, pero Laura preguntó sobre qué pasaría con él. El de la Sociedad se negó a brindar esa información pero sí les pudo decir que se lo llevaban a un lugar seguro, seguro para todos. Después unos momentos más, el agente les ofreció llevarlos a sus respectivas casas. Los tres temían un poco y lo demostraban en sus rostros. Al ver esto, el otro agente de la sociedad les dijo, con empatía entre sus palabras, que no había que temer. Los hermanos y Gaby sintieron un poco más de calma y accedieron.

Al salir de la casa de Luis, se dieron cuenta que habían más hombres de la Sociedad trabajando en la casa, quitando el rótulo de la clínica y preparándose para pintar la casa. Nadie hizo pregunta alguna, quizá no les contestarían y además, era lógico lo que estaban haciendo.

Llegaron a la calle y habían dos vehículos, vehículos que le traían recuerdos y quizá un poco de temor aún a Álvaro. En uno se iría la pareja y en el otro Laura. Para despedirse, uno de los agentes les dijo que no se preocuparan, que nunca volverían a saber sobre Luis. Tampoco volverían a saber sobre la Sociedad, siempre y cuando se mantuvieran alejados de problemas. Álvaro se despidió de Laura y se dirigió al vehículo que lo llevaría a casa. Gaby entró al vehículo y justo antes que Álvaro entrara, Laura lo llamó. Se dirigió a él y le dijo que le gustaría que se volvieran a ver algún día, para charlar o algo, para conocer a su hermano. Álvaro no había pensado en ello pero le pareció bastante la idea, le alegró. Intercambiaron números de teléfono y se despidieron con un abrazo.

Cinco minutos después, ambos carros iban en camino a diferentes destinos de San Salvador. Uno de los agentes le preguntó al otro que si aún estaba seguro de lo que hacían, el otro le respondió que sí, que podían confiar en ellos, que eran buenas personas y que no importara lo anormal que fuera la situación o cuán fuerte de la adversidad, seguirían siendo las mismas buenas personas. El otro agente asintió la cabeza, sabía que su compañero tenía razón. Sólo esperaba que sus superiores estuvieran de acuerdo con dejarlos libres también; en el mejor de los casos, sólo se les mantendría la vigilancia en sus vidas diarias, como lo habían estado haciendo desde hace muchos años.

« Capítulo XIII