El Encuentro – 7: Hogar, Dulce Hogar

Álvaro despertó de la misma forma que el día anterior. Esta vez no le molestó mucho, tenía pensado levantarse temprano.

Unos quince minutos después, estaba saliendo por la puerta del motel. Eran las seis y media de la mañana. Había una pequeña capa de neblina que no permitía ver a unos sesenta metros. Las calles se comenzaban a congestionar por todos los vehículos que llevaban a los niños al colegio y también aquellos que se dirigían ya a su trabajo.

Álvaro caminó hasta la parada de buses donde comenzó su camino hacia su casa.

***

Dos meses habían pasado desde el último día que había dormido en la casa que estaba frente a él. No era una casa grande ni lujosa, ni estaba ubicada en  la mejor zona de la ciudad; sin embargo, era bastante para una pareja joven, bastante.

Un buen día en el que buscaban una casa, encontraron un anuncio en el periódico, en la sección de  Ventas de Casas: “Casa de dos plantas, tres habitaciones y dos baños, zona segura.” Luego aparecía el número de teléfono del dueño. La casa tenía un color mostaza suave, una puerta, un portón, y cinco ventanas: dos abajo y tres arriba.

Un carro ajeno estaba parqueado a tres casas arriba de la casa y, a pesar que era polarizado, Álvaro podía ver que había dos personas en él. Álvaro estaba frente a su casa, comprando en la tienda. La dueña de la tienda se sorprendió pero más aún, alegró de verlo. Charlaron por unos cinco o seis minutos, tiempo suficiente para que Álvaro buscara a su novia. No la encontró por ningún rincón de la casa. Se fue temprano al trabajo, tal y como esperaba Álvaro. Álvaro le mintió a la señora de la tienda, le dijo que un familiar de él estaba enfermo y que tuvo que ir a pasar un tiempo con él para cuidarlo. Que por eso se había retrasado la boda y otras cosas más.

Cruzó la calle, se detuvo a dos metros frente a su casa, sacó sus llaves de su bolsillo izquierdo, dio un suspiro y entró.

Todo estaba igual, justo como lo dejó hace dos meses a excepción de una hoja de papel sobre la mesa en la entrada. Parecía extraño ya que Álvaro era del tipo de persona fanática al orden y había contagiado a su novia. Era una nota.

Álvaro, cuando regresés, lo vas a hacer cuando no esté aquí – me conoce tan bien – por lo que no podré hablar con vos frente a frente. Sé que querés estar alejado de todo para tranquilizarte y encontrarte a vos mismo de nuevo. No te voy a decir nada más que espero que sea pronto porque me hacés falta un montón, más de lo que te podás imaginar, más que yo a vos. – sí… comono – En serio espero que encontrés lo que buscás. Sabés que te voy a estar esperando toda mi vida aquí, al menos dejame saber que estás bien y que pronto volverás. Decime que pronto tus besos me despertarán por la mañana de nuevo y que el calor de tus brazos me llevará  hasta mi sueño por las noches.

Álvaro la consideraba una poeta. Decía cosas que siempre conmovían a Álvaro, en más de una ocasión le sacó un par de lágrimas, quizá porque Álvaro era un tanto sentimental. Tomó la nota en su mano y caminó. Desde la entrada, había un pequeño pasillo que llevaba hasta la sala. Colgadas en ambas paredes del pasillo, había una gran cantidad de fotografías de la pareja, la mayoría graciosas y el resto llenas de un amor único.

Sabía que Gaby no estaría en casa. A pesar de que La soledad había llevado a Álvaro a su casa, no se iba a quedar por mucho tiempo en ella, un par de horas nomás. No era en sí el hecho de estar con ella lo que alejaría la soledad, pero sí el hecho de sentirse en casa, el hecho de sentirse de vuelta en su vida, el hecho de poderla sentir a ella a través del hogar que habían hecho los dos.

Se sentó en el sofá a ver televisión, en no menos de diez minutos, estaba dormido. Era demasiado cálida la sensación de estar de vuelta en casa.

***

Despertó en el Parque Cuscatlán. Era de noche, pocas veces había estado en él de noche. La mayoría de las veces estuvo ahí por la tarde, a las cinco y cuarto para ser exactos.

Durante el primer año y medio laboral de Álvaro, el Parque Cuscatlán funcionó como punto de encuentro para él y Gaby. Trabajaba en una oficina a tres cuadras del parque y salía a las cinco de la tarde. Caminaba hasta el parque donde Gaby lo estaría esperando todos los días en la misma banca cerca de la cancha de basquetbol. Prefería cerca de la de basquetbol ya que en la de fútbol siempre le decían cosas los que llegaban a jugar; además, la de básquetbol estaba más lejos de la entrada lateral del parque, es decir, estaba más segura.

El parque era un lugar perfecto porque Gaby vivía relativamente cerca, llegaba en quince minutos caminando. En ese entonces, a sus dieciocho años, Álvaro comenzaba su primer año de ingeniería en la universidad, mientras que Gaby terminaba su bachillerato.

Pero hoy era de noche, no sabía cómo había llegado ahí. Las esferas naranja iluminaban el parque, tal y como lo habían hecho desde siempre quizá. Álvaro estaba cerca de la entrada frontal del parque, frente al Hospital Rosales. Teniendo la salida del parque justo a su espalda, decidió ir hacia adentro del parque.

(¿A dónde vas?)

Llegó al centro del parque, donde había grama cercada por alambre amarrado a palos de bambú. Donde de día no existía el silencio que le rodeaba por los gritos de los niños jugando y corriendo, por los coloridos gritos de los vendedores ambulantes y algunos fijos. Donde de día, no le daría miedo estar.

Encontró a Gaby, quien estaba de espaldas. “¡Gaby!” dijo y ella giró, le sonrió y corrió hacia él. No hubo beso, solo un fuerte y firme abrazo, aun encajaba perfectamente entre sus brazos. Finalmente se separaron, él tomo aliento para comenzar a hablar cuando de la nada llegaron seis sujetos en trajes y con lámparas. Gaby y Álvaro asustados no supieron qué hacer.

Dos de esos sujetos sujetaron a Gaby, uno cubriéndole la boca para que no pudiera hablar y el otro sujetándole los pies para que no pateara. Tres de los cuatro restantes se lanzaron sobre Álvaro quien inmediatamente trató de defender a su novia. Después de un forcejeo, los sujetos se vieron obligados a golpear a Álvaro para que se tranquilizara. Al recibir el golpe, Álvaro se enfureció y empujó con toda la fuerza de su mente, de su poder al que le brindó el golpe. Inútil. Intentó nuevamente usar su telequinesis para empujar al sujeto. Nada de nuevo. Miró con preocupación a los sujetos.

(¿Qué está pasando?)

A puros empujones llevaron hasta la calle a Gaby y a Álvaro. Dos vehículos idénticos los esperaban, metieron a Gaby en uno y a Álvaro en el otro. Partieron en direcciones diferentes.

“Sé de tu habilidad” – Dijo la voz del hombre que iba en el asiento del pasajero.

***

Álvaro despertó asustado, esta vez de verdad. Tal y como uno despierta después de tener una pesadilla. Miró alrededor, aún borroso, no sabía a dónde estaba. Se puso de pié aturdido, reconoció su casa donde se había quedado dormido. La misma pesadilla, de nuevo.

(¡Los vehículos!)

Salió corriendo a la calle. El vehículo que había visto hace una o dos horas se había ido. Era idéntico a los vehículos que veía en la pesadilla. En la pesadilla donde le quitaban lo más preciado que tenía y luego…

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